AGRIAS NOTICIAS DEL MAR DULCE
Los conquistadores idearon un Río de la Plata a su imagen y semejanza, cuenta María Juliana Gandini
“La humanidad cesa en las fronteras de la tribu, del grupo lingüístico, a veces hasta del pueblo; al punto que gran número de poblaciones llamadas primitivas se designan a si mismas con un nombre que significa ‘los hombres’ (o a veces —¿diremos con más discreción?—, los ‘buenos’, los ‘excelentes’, los ‘completos’), implicando así que los otros pueblos no participan de las virtudes o aún de la naturaleza humana, sino que a lo más se componen de ‘malos’, de ‘perversos’, de ‘mojos de tierra’ o de ‘liendres’”. De tal modo encuadraba hace siete décadas el etnocentrismo Claude Levi- Strauss en un memorable artículo contra el racismo escrito para la UNESCO. Riguroso en las referencias, el etnólogo belga ilustraba con que “algunos años después del descubrimiento de América, mientras los españoles enviaban comisiones que indagaran si los indígenas tenían o no alma, estos últimos se dedicaban a la inmersión de blancos prisioneros a fin de verificar, merced a su vigilancia prolongada, si su cadáver estaba o no sujeto a la putrefacción”.
Síntesis preclara, calza perfecto como marco general a ¿Quienes construyeron el Río de la Plata?, detallada investigación de la historiadora María Juliana Gandini (Vicente López, Buenos Aires, 1980) acerca de las representaciones que realizaron —según informa el subtítulo— Exploradores y conquistadores europeos en el lugar donde se acababa el mundo. Como quien dice, por estos pagos en los albores del siglo XVI. Choque de dos culturas, donde la muy poblada región austral de estas tierras vio llegar a los portadores de una espada con forma de cruz, con la que constituían su Nuevo Mundo. Con talante de recién llegados, invadieron por esas vías fluviales conectoras con las entrañas del continente: la cuenca del Río de la Plata. Para llegar a ser argento primero fue Mar Dulce, luego Mar de Solís, a partir de su inaugural excursionista, quien dejó nombre y osamenta a su vera, generando el bautismal estigma; el del país violento habitado por amenazantes caníbales. El segundo baldón emergió poco después: la vía regia para acceder a la legendaria Sierra de Plata, también aurífera fuente de inconmensurables riquezas y placeres. Por supuesto, la plena veracidad de ambos anatemas fue desmentida por la experiencia, aunque en alguna medida –sostiene el saber popular— conservada su raigambre con las debidas mutaciones. Ninguna alarma: hoy pura metáfora. Tampoco el río Danubio ni el lago de Ipacaraí ni el amor son azules, tanto como el proceloso Plata carece de leones en su lecho porque es marrón, como su pueblo.
Por aquel entonces el Atlántico no era tal sino la Mar Océano austral y las tierras recién descubiertas debían ser construidas “como una entidad discreta en términos geográficos y etnográficos (una región poblada por caníbales cultivadores, corsarios canoeros y belicosos y movedizos habitantes de las llanuras)”, señala Gandini. A tal fin sirvieron los relatos de los testigos invasores no menos que las versiones aproximadas por los nativos, muchas veces elucubradas de acuerdo a lo que los cristianos querían escuchar, quienes a su vez formularon sus propias versiones, “conjugando tradiciones europeas antiguas y medievales, expectativas más recientes derivadas de la expansión ultramarina”. Intercambio desigual y combinado, concluye la autora, en tamaño “choque entre mundos distintos, sus sociedades nativas condicionaron la forma que adoptó la ocupación colonial y con ello las representaciones producidas sobre la región”. A resultas de ellos emergen las crónicas donde aparecen hombres con patas de avestruces, seres acuáticos que desaparecen de improviso, blancos barbados misteriosos, envueltos en una diversidad de costumbres, sistemas de creencias, intercambio y parentesco que los cristianos alucinaban comprender en aquellos aspectos —aunque fueran mínimos— semejantes a prácticas conocidas en sus lugares de origen. De tal forma, los indígenas agricultores merecían valoración positiva al parecerse a los campesinos españoles, no así los cazadores-recolectores. En la misma línea, los canoeros mesopotámicos debían ser exterminados al homologarse a los piratas del Mediterráneo, y así sucesivamente. “Vivir como un hombre implicaba vivir como un europeo, lo que divergía de ese patrón se consideraba en algún grado de subordinación e inferioridad”, pues “la plena realización de la humanidad era inseparable del cristianismo y de otros rasgos y característicos de la forma de vida europea, como las normas de propiedad, matrimonio y herencia, gobierno, transmisión de conocimientos o urbanidad”.
Arbitrariedades y delirios salpicados de áurea y argentífera codicia de los que fueron objeto “querandíes en el Río de la Plata propiamente dicho, tupíes y guaraníes entre la costa de Brasil y los Andes, chaná-timbú, agaces y payaguás en las riberas de los ríos Paraná y Paraguay, guaicurúes en el Chaco (…) determinaron en gran medida las posibilidades de explotación, asentamiento y conquista”. Condicionamientos que no llegaron a impedir la sumisión y el exterminio con el correr de los siglos, son relevados por Gandini con detallada precisión, respecto a cada una de las comunidades originarias. Es en estas descripciones donde ¿Quienes construyeron...? cede a la intelección del lector considerar en profundidad los acontecimientos, causas y consecuencias de una invasión despiadada. Sujetas a permanente crítica, las bases documentales comprenden las múltiples declaraciones de la “extensa constelación de mediadores culturales” (náufragos, cautivos, extraviados, lenguaraces, testigos de campañas anteriores o de riquezas presuntas), tanto como de los múltiples juicios llevados a cabo en Europa a los capitostes o a su tropa. Se destacan las acciones jurídicas al segundo adelantado, Alvar Núñez Cabeza de Vaca, un líder sanguinario y despótico —hoy se diría paranoico—, los reclamos de sus muchos demandantes y la manipulación de las respuestas. Otra gran oportunidad para el lector de apreciar la recia vida cotidiana en las incipientes colonias y el desfasaje de clase por parte de los poderosos.
A las declaraciones, probanzas, interrogatorios, juramentos, pruebas y acusaciones propias del registro judicial, merece consideración análoga la que establece Gandini con lo aportado por la cosmografía. Proto-ciencia apenitas vinculada a lo que hoy puede entenderse como tal, pretendía describir el mundo todo todito en sus aspectos geodésicos y astronómicos —claro—, hasta la especificidad local, descriptiva, incorporando particularidades cualitativas, de producción material, geográfica o humana. Entre semejantes obras monumentales, la autora se detiene en el no menos notable que exquisito Islario general de todas las islas del mundo (c. 1540-1567) manuscrito por Antonio de Santa Cruz, en su juventud aventurero por estos lares de la Mar Océano, experiencia a la que supo agregar mapas y textos. De venerables y antiguas prosapias, los islarios medievales mostraban una amplia ductilidad “para integrar, de forma aditiva, los nuevos descubrimientos hechos en el mar o tierra firme (…) combinando aspectos geográficos (posición en latitud, características físicas), histórico-naturales (la descripción de las sociedades, flora y fauna locales) y saberes clásicos e informaciones novedosas producidas por los navegantes y exploradores” en la temprana modernidad.
Con tino, María Juliana Gandini despliega en forma crítica una documentación profusa, recabada en diversas latitudes, con citas precisas, muchas veces asombrosas para el lego, siempre ilustrativas. De aquella “antropología aplicada” perpetrada por los conquistadores colige una perspectiva antropológica actual capaz de desentrañar esas representaciones. Categoría sistemática que, para otro contexto, ha recortado hace algunas semanas en esta páginas Aleardo Laría Rajneri como esa “suerte de relatos construidos alrededor de algunos ejes temáticos que abordan aspectos de la vida en sociedad. Pueden referirse a una extensa gama de fenómenos y transmitirse lentamente durante generaciones (en cuyo caso forman tradiciones) o tener una vida corta (como las modas). Se van conformando a través de un proceso de selección de información al tiempo que surgen explicaciones que los vuelven plausibles”.
Descripción y análisis que tornan a ¿Quienes construyeron el Río de la Plata? un texto riguroso y a la vez de divulgación, científico y entretenido, del que brota la idea —como advirtiera el etnólogo al comienzo de estas líneas— de que quien define al otro se describe a si mismo; quien acusa de “salvaje” al prójimo se sitúa en el centro del universo, quién trata de “impío” al desconocido se postula representante del único dios verdadero, y de ahí en más. Al mismo tiempo, plantea continuidades y discontinuidades en diversas y sucesivas formaciones culturales, muchas de las cuales perduran hasta hoy como prejuicios.
FICHA TÉCNICA
¿Quienes construyeron el Río de la Plata? Exploradores y conquistadores europeos en el lugar donde acababa el mundo.
María Juliana Gandini
Buenos Aires, 2022
264 páginas
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