Luchar desde el exilio
La experiencia de Trabajadores y Sindicalistas Argentinos en el Exilio (TYSAE)
El Puente de la Integración tiene casi un kilómetro y medio de largo, empalma con la Ruta Nacional 121 y cruza desde la ciudad correntina de Santo Tomé a Sao Borja del lado brasileño. Pero en 1977 todavía faltaban 20 años para que ese puente se inaugurara. Si se quería cruzar el río Uruguay había que hacerlo en balsa.
La recomendación era llegar a Santo Tomé en ómnibus. Un compañero se acercó a los viajeros y tras intercambiar contraseñas indicó cómo cruzar la frontera. Tomar un taxi allí mismo, el auto subiría a la balsa y después de cruzar el río los llevaría hasta el centro de Sao Borja. Lo conveniente era no quedarse en esa ciudad brasileña, alejarse lo más posible. Nunca se sabía cuánto interés podía tener la dictadura argentina en atrapar a los que estaban yéndose. Es cierto que ese era un paso entre tantos, que había mucha gente viajando, que no todo el que cruzaba la frontera era un prófugo; pero también era cierto que quien estaba huyendo aparentaba ser un simple viajero de fin de semana.
En los últimos años todo había ido empeorando: la Primavera Camporista duró muy poco, después la máquina del terrorismo estatal fue retomando la marcha. Al principio no fueron los uniformados quienes se encargaron del trabajo sucio… o no lo fueron en forma oficial. La tarea quedó en manos de parapoliciales o paramilitares: el Comando de Organización, la Concentración Nacional Universitaria, la Triple A. La salvaje persecución represiva, los encarcelamientos, las desapariciones y los asesinatos fueron empujando hacia el exilio a quienes de una u otra manera se habían comprometido con la búsqueda de un país más justo.
Después del 24 de marzo de 1976 todas las puertas del infierno se abrieron de par en par. La represión creció hasta límites impensados y la salida del país se volvió aluvional: decenas, tal vez centenares, buscaban cada día escapar de la dictadura. Algunos se limitaron a cruzar la frontera y quedaron a la expectativa en Brasil, Paraguay o Bolivia, otros encontraron mayor seguridad aumentando la distancia: Perú, Ecuador, Venezuela, Colombia, México. Cuanto más lejos se iba, más lejana parecía la perspectiva del regreso. Muchos ni tenían la posibilidad de elegir. Así se fue formando el exilio argentino en esos años, superpuesto y entrecruzado con el exilio de otros desesperados que escapaban de las feroces dictaduras que asolaban el continente.
Cada vez fueron más los que marcharon al destierro: familias enteras (o lo que quedaba de ellas) salieron del país en busca de un refugio. Una vez afuera se formaron colonias de connacionales, la asociación más elemental para brindarse mutuo apoyo e información en el nuevo lugar de asiento. Algunos iban con un contacto, otros habían oído hablar del ACNUR, muchos fueron aprendiendo a ubicar los sitios donde conseguir asistencia sanitaria, alimenticia o un albergue transitorio. Para todos lo primero fue sobrevivir; para un buen número –entre ellos los trabajadores y sindicalistas en el exilio– fue importante recuperar el contacto con sus compañeros de militancia.
El nacimiento de TYSAE
1978 fue el año del mundial de fútbol en la Argentina. La dictadura apostó fuerte y desde el año anterior comenzó a desplegar una intensa campaña propagandística. La directiva 1 de difusión al exterior fue redactada por la Marina y decía en su introducción: “La República Argentina es objeto de una intensa campaña de desprestigio a nivel internacional instrumentada por bandas terroristas que actuaron en nuestro país y que, actualmente, se encuentran operando en el exterior”.
El principal objetivo de la dictadura había sido y seguía siendo el aniquilamiento de los sectores combativos en el interior del país; pero eso no le hacía descuidar el frente externo, por eso la directiva para fabricar información falsa, el trabajo de difusión de la Cancillería y, en particular, la labor del Centro Piloto de París. A pesar del intento para blanquear su imagen, el mundial de fútbol se convirtió en una vitrina donde quedaron expuestos los crímenes y atrocidades. Todo el exilio militante multiplicó su actividad de denuncia, en la TV holandesa se consiguió que en el entretiempo de algunos partidos se incluyera la leyenda: “Mientras usted ve este partido en la Argentina pasan estas cosas”, acompañada con imágenes de la represión dictatorial. De ese modo la pretensión de acallar a los exiliados fue un rotundo fracaso.
Apenas terminado el mundial se efectuó una primera reunión en París para tratar de coordinar la actividad de los agrupamientos de trabajadores y sindicalistas en Europa. El nacimiento de TYSAE –Trabajadores y Sindicalistas Argentinos en el Exilio– es asociado al nombre de Raimundo Ongaro, el antiguo dirigente de la CGT de los Argentinos. Apresado a fines de 1974, fue puesto a disposición del Poder Ejecutivo. Aunque la ley le permitía optar por el destierro su decisión fue permanecer en el país. Años después contó que estaba dispuesto a sobrellevar la cárcel como una muestra de resistencia, pero el 7 de mayo de 1975 su hijo Alfredo Máximo fue asesinado por la Triple A. Sus otros hijos estuvieron a punto de ser secuestrados por las bandas fascistas. Fue entonces cuando Ongaro aceptó partir al exilio.
En su trabajo “Una aproximación al exilio obrero y sindical”, la investigadora Victoria Basualdo señala que la reunión parisina en que se gestó TYSAE fue facilitada por el pedido de Raimundo ante la Confédération Générale Démocratique du Travail para que proporcionara el apoyo material necesario. En el intercambio de correspondencia entre Ongaro y los dirigentes de la central sindical francesa se garantizó financiamiento para la reunión, que se concretó los días 28 y 29 de agosto de 1978. Tras ese encuentro, se hizo un llamamiento a todos los sindicalistas en el exilio para que se integraran al accionar común de solidaridad con la clase obrera y el pueblo argentino.
Pocos meses después, en enero de 1979, se realizó el segundo encuentro, esta vez en Turín. La concurrencia fue más numerosa y se adoptó un programa reivindicativo que sería ratificado en el tercer encuentro, celebrado en septiembre de ese mismo año en Ámsterdam. El cuarto (1980) tuvo lugar en Malmo, Suecia, y el quinto (1981) en Madrid.
El TYSAE madrileño probablemente haya sido el que alcanzó mayor desarrollo y continuidad. La llegada de dirigentes sindicales que fueron autorizados a salir del país luego de ser liberados contribuyó a esa preeminencia. “Los cordobeses”, así los llamamos entonces, tenían antecedentes sindicales que nadie podía objetar: Rafael Flores había sido secretario general del Sindicato del Caucho, Taurino Atencio provenía del Sindicato de Luz y Fuerza (donde integró la comisión dirigida por Agustín Tosco), y Soledad García era una reconocida dirigente docente, que alcanzaría la conducción de la UEPC (Unión de Educadores de la Provincia de Córdoba) tras su regreso al país.
Otros militantes de reconocida trayectoria también participaron en el TYSAE madrileño, entre ellos Armando Jaime y Marcelo Frondizi. Armando había estado en varios proyectos políticos y sindicales desde su juventud. Tal vez el que le dio mayor proyección fue el Frente Antiimperialista y por el Socialismo que lo propuso para integrar una fórmula presidencial acompañando a Agustín Tosco. Marcelo Frondizi contaba con una larga militancia entre los trabajadores estatales y, tras su retorno al país, llegaría a ser uno de los secretarios adjuntos de la CTA conducida por Hugo Yasky.
El apoyo de los sindicatos locales fue fundamental para la existencia de TYSAE. En el caso particular de las centrales españolas, tenían muy fresco el recuerdo de la solidaridad internacional que habían recibido durante el franquismo. En España se transitaban los primeros años de la democracia, y el apoyo a los exiliados latinoamericanos fue una clara demostración de que los trabajadores de todo el mundo se unían frente al enemigo común. Las dos grandes centrales –Comisiones Obreras (CCOO) y Unión General de Trabajadores (UGT)– fueron las primeras en ayudar, pero también estuvieron presentes otras centrales y sindicatos de base.
En todo proceso histórico lo esencial ocurre dentro del propio territorio, pero lo que se hace en el exterior no le es ajeno. Lo interno y lo externo no sólo se entrecruzan, también se influyen recíprocamente. Si la opinión internacional no hubiese tenido ninguna importancia la dictadura no hubiese gastado tanto esfuerzo en tratar de limpiar su imagen. “Los argentinos somos derechos y humanos” fue algo más que un slogan ingenioso: fue parte de una campaña propagandística para contrarrestar las denuncias que llegaban desde fuera. TYSAE fue uno de esos organismos que levantó su voz para denunciar a la dictadura y solidarizarse con el pueblo argentino. Lo ocurrido en 1979 puede ser demostrativo de esa complementariedad.
Apenas si había pasado una semana de la partida de la CIDH cuando Luciano Benjamín Menéndez, comandante del III Cuerpo de Ejército, se amotinó contra el comandante en jefe Roberto Viola e indirectamente contra el propio Videla. Era un golpista contra otros golpistas que en su proclama los acusaba: “No se ha cumplido el compromiso de erradicar definitivamente la subversión, cerrando el camino al futuro resurgimiento del marxismo en el país”. Entre otras cosas criticaba la visita de la CIDH, la liberación de Jacobo Timerman y la posible autorización para que el ex Presidente Héctor Cámpora pudiera exiliarse. Menéndez se consideraba a sí mismo como el abanderado de la lucha antisubversiva, había mostrado que podía ser el más sanguinario de los represores y criticaba a Viola por su blandura.
El intento de golpe dentro del golpe fue un motivo de preocupación para los 29 delegados que representaban a los grupos organizados en Suecia, Francia, Holanda, Bélgica, Gran Bretaña, Italia y España. En el encuentro realizado en Ámsterdam alertaron “a la opinión pública internacional sobre el peligro que podía derivar del incidente para la vida de los miles de prisioneros políticos”. Esa preocupación se plasmó en una declaración que reclamaba “de los pueblos y gobiernos de todo el mundo la solidaridad de acción efectiva para evitar una posible masacre, detener la continuación del genocidio y la violación de los derechos humanos” (ver TYSAE, Unidad contra la dictadura).
Fue una nueva demostración de que el compromiso asumido por los Trabajadores y Sindicalistas Argentinos en el Exilio se mantenía inalterable. Se adoptaron una serie de medidas organizativas y se votó un plan de trabajo internacional a realizarse en forma simultánea en todos los países donde TYSAE tenía presencia. El objetivo fue reforzar la campaña por la libertad de dirigentes sindicales presos y secuestrados. Este trabajo solidario complementaba el que familiares y organismos de derechos humanos realizaban dentro del país.
Tras la derrota militar en Malvinas llegó el derrumbe de la dictadura y cambiaron las prioridades entre los exiliados: para buena parte de ellos comenzó el tiempo del regreso. No hubo una disolución de TYSAE. Como en otras situaciones históricas, el organismo había cumplido su ciclo. Y lo había hecho bien.
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