En busca de Rafael Pinedo
Inmersión, un retrato biográfico del autor de las míticas novelas Plop, Frío y Subte
La escena transcurre en Cuba en el año 2002, en un hotel de la bahía de Cienfuegos donde se reúnen los cinco jurados del premio Casa de las Américas. En aquella oportunidad Alberto Laiseca es uno de los escritores invitados para dictaminar sobre la novela ganadora. Entonces se reparten los anillados de los diez finalistas entre las 600 obras presentadas. De pronto todos ven a Laiseca fumando a todo lo que da, con uno de los manuscritos entre manos. No lo larga. Les lee en voz alta a los otros frases con histrionismo, pues ese es su candidato. Ya lo tiene decidido. Nadie se opone a su sentencia. De paso se cumple con la única pauta que, días antes, estableció Roberto Fernández Retamar, director de Casa de las Américas: “No es obligatorio premiar novelas condescendientes con la revolución”. Así fue como Plop, una novela del género ciencia ficción, se lleva el galardón de ese año.
La vida de Rafael Pinedo (Buenos Aires, 1954-diciembre de 2006) es el tema de Inmersión. Una imagen proyectada sobre Rafael Pinedo (Tren en Movimiento Ediciones, 2022), una novela-biografía escrita por Mariano Vespa (Tres Arroyos, 1988) en la que se construye un retrato posible, un tanteo entre luces y sombras sobre quién fue en verdad aquel escritor e informático argentino autor de tres novelas (Plop, Frío y Subte) cuyas tramas funcionan como artefactos narrativos de alta precisión post-apocalíptica, construidos a partir de desechos, ruinas, reciclados; todos elementos de un final de ciclo, indicios de un paisaje como el de la Argentina a fines de 2001, y que por estos días se torna cada vez más verosímil.
Decía más arriba que Rafael Pinedo comenzó a hacerse conocido en el ámbito literario a partir de su novela Plop, también por la recepción que le dieron por entonces autores como Marcelo Cohen o Elvio Gandolfo. Sin embargo, como en otros autores (viene a mi mente Salvador Benesdra, el caso de Jorge Barón Biza o Mario Levrero), su figura se mantuvo bastante al margen; el tiempo no terminó de decantar la trascendencia de su obra, sus libros (editados aquí por Interzona) siguen siendo difíciles de conseguir y cuentan con un circulo restringido de lectores.
En ese sentido, la novela-biografía de Mariano Vespa hace justicia literaria y va en dirección de abrir y entender esa zona de penumbra de la que surge un autor de culto, sus aristas más allá del género elegido por Pinedo que se presta a las cofradías, la de aquellas lectoras de la editorial Minotauro fundada en los ‘50 por Francisco Porrúa (de quien Pinedo era un admirador confeso y no quería parar hasta ser allí editado), y el género ciencia ficción que en la Argentina tiene toda una tradición que va desde revistas como El Péndulo, pasando por El Eternauta de Héctor Germán Oesterheld, o la obra de Angélica Gorodischer (homenajeada por Pinedo como “Goro”, un personaje central en Plop).
La búsqueda de Vespa es un tanteo exploratorio de voces, imágenes, registros y experiencias propias de biógrafo y biografiado, donde se produce un montaje (también ficción) que parte de la inevitable genealogía del ilustre apellido, cuyo disparador es la foto de un obituario de La Nación el día martes 12 de diciembre de 2006, donde se lee la muerte del escritor compartiendo espacio con la del dictador Augusto Pinochet, en un extraño homenaje a la memoria “del ilustre militar que salvó su Patria del comunismo…”.
Cuenta Vespa que el apellido “Pinedo”, proviene del vocablo “Pino”, que representa un conjunto de coníferas con hojas perennes. El “clan de los pinos”, “los Pinedo” remite al Vasco Agustín Fernando de Pinedo, ligado a la arena castrense y gobernador de Paraguay en el siglo XVIII. Su nieto, el general Agustín Pinedo, participó en la defensa de Buenos Aires frente a las Invasiones Inglesas. Su nieto Federico Pinedo Rubio, intendente de Buenos Aires (1893-1894), tuvo un hijo homónimo, conocido economista, miembro fundador del Partido Socialista, que participó en el primer gobierno de facto en 1930 creando el famoso “Plan Pinedo”. Su nieto es el actual Federico Pinedo Laferrere, ex senador de Juntos por el Cambio. El hermano de Federico Pinedo, el del “Plan Pinedo”, se llamaba Jorge Pinedo, que a su vez tuvo un hijo que también se llamaba Jorge y a quien todos le decían Chapi, padre de los hermanos Jorge y Rafael Pinedo.
Después está la línea materna que conduce a Florencio Escardó, el famoso pediatra y escritor, que fue un personaje central en la vida y –de algún modo– en las elecciones de sus nietos Jorge y Rafael Pinedo Escardó.
El cromosoma patricio es una carga o un don, según de qué lado se lo mire. En el caso del actual Federico Pinedo se trata de un político mediocre de larga trayectoria legislativa cuya mayor relevancia fue haber sido el Presidente más efímero de la historia nacional: doce horas, en 2014, en la reyerta por el traspaso de mando entre CFK y Mauricio Macri. Diferente es el caso de sus primos: Jorge Pinedo, militante comprometido, antropólogo, bibliómano, ávido lector, autor de columnas semanales en El Cohete a la Luna, y su hermano Rafael, quien falleció repentinamente de un cáncer en 2006 y a quien Mariano Vespa trata como uno de los escritores más interesantes de los últimos tiempos, a quien no se ha prestado demasiada atención y a quien le dedica su biografía.
Podríamos decir que Vespa sigue aquella tradición donde lo que importa es el cruce entre biografía, novela y vida literaria imaginaria (pensemos en el Samuel Johnson, del escocés James Boswell, en el Borges de Bioy). En esa misma línea pueden hallarse hoy obras de autores como las de Pierre Michón o Joan Etchenoz en Francia; o más cerca en autores como Gonzalo León (Serrano, 2017) o Martín Felipe Castagnet (Biografía imaginaria de Balvina Ledesma). No casualmente es este último quien escribe la contratapa de Inmersión, señalando la idea de un biógrafo que es, también, una suerte de protagonista, recorriendo los mismos lugares (Cuba), los mismos talleres literarios (el de Laiseca), iniciando una búsqueda espiritual en la misma selva, entrevistando a “los Pinedo” que están vivos y pueden aportar datos; los restos de una vida, que es –también– una vida imaginaria, como la pensaba Marcel Schwob.
Desde lo puramente formal, siguiendo la metáfora de la luz en el cine, Inmersión funciona como un dispositivo de alumbrar un rostro en la penumbra, como descubrirlo a partir del proyector documental de una cámara lúcida literaria sobre el rostro de Rafael Pinedo en diversos planos. Esa es la apuesta de Vespa, y creo que el merecido premio María Elena Walsh, otorgado al autor en 2020 por la obra, realza los méritos de la apuesta formal.
En algún momento la novela-biografía menciona, como al pasar, la película El sol del membrillo, obra maestra de Víctor Erice que traza con arte poético una teoría de la proyección entre la luz y la sombra que practica el pintor sobre el objeto retratado. De la misma forma procede Vespa con el rostro de Pinedo: son trazos, proyecciones breves, “efectos” de la iluminación que dejan un lado sombrío sobre el otro plano, tan profundo como insondable (Inmersión es sumergirse bien al fondo, allí donde la luz no llega y está en la cara oculta del plano).
En definitiva, estamos ante un libro híbrido, original, que mixtura en forma inteligente los géneros sin caer en el pastiche. Capítulos de ilación yuxtapuesta, descripción sutil entre sombras y luces sobre la que se produce un quicio: pequeños destellos en montaje sobre el rostro del escritor o-culto (¿Acaso la idea de “culto” no es una operación a deconstruir a través de los grados de luz?).
Es algo que termina dando la ilusión del movimiento de una vida, esa sensación de unidad, de proyección de imagen posible de toda vida literaria. En esa proyección sobrevuela aquella idea de T. S. Eliot en sus Cuatro cuartetos: el tiempo presente y el tiempo pasado están en el tiempo futuro y tienden a un solo fin, presente siempre.
Fragmento
Los pinos son figuras simples, puntiagudas, que, a pesar de sus diferencias, comparten rasgos muy perceptibles. A Jorge y a Rafael muchos los consideraban mellizos, no solo por la diferencia de trece meses entre sus nacimientos sino porque su abuela Corita se obstinaba en vestirlos igual. La única foto familiar completa es de 1954. Rafael tenía seis meses y Jorge ya pasaba el año y medio. Se habían mudado a El Dorado, Misiones, porque allí tenía un trabajo Chapi en la plantación y secadero de yerba Mackinnnon (el apellido materno de su esposa) y Coelho Ltda., que producía la conocida yerba mate Salus. El retrato aparenta ser descontracturado, un tanto alejado de los protocolos de la época. Chapi y su esposa, Carmen, lucen atractivos. Un detalle secreto, punctum de una inminente ruptura, es que todos se miran en una dirección opuesta. Ninguno sonríe. Al poco tiempo, Carmen y sus dos hijos volvieron a la capital, a un departamento en el Pasaje La Rural (después Rivarola), de la intersección de las calles Talcahuano y Uruguay, donde muchos años después se instaló Interzona, el sello que publicó a Rafael en vida. Cuando cumplió los diez años, Jorge fue fotografiado para una publicidad de cosméticos Avon el día del padre, junto a otros compañeros de colegio, con el detalle que todos eran hijos de padres divorciados. A partir de la mudanza, los niños empezaron a ver esporádicamente a su padre Chapi, que luego formó otra familia en Bariloche (…).
Inmersión. Una imagen proyectada sobre Rafael Pinedo
Mariano Vespa, 2022.
Tren en Movimiento Ediciones, 98 págs.
Premio María Elena Walsh, 2020.
* Julián Axat es escritor y abogado.
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