Buenos días, África
El sendero argentino en las contradicciones de la acumulación a escala mundial
África en la disputa entre China y Estados Unidos, con los rusos y europeos haciendo su parte, tiene un par de noticias para la Argentina. Tras su visita a los países asiáticos de Camboya y Filipinas, el secretario de Estado de los Estados Unidos, Antony Blinken, aterrizó el domingo 7 de agosto en Sudáfrica. La gira del titular de Asuntos Exteriores estadounidense continuó por la República Democrática del Congo (RDC) el lunes 9 y el martes 10 y finalizó en Ruanda, donde estuvo del 10 al 11 de este mes. Allí intentó enfriar el conflicto fronterizo entre ese país y la RDC. Posiblemente, la mejor síntesis de la razón de esta gira de Blinken la expresó el secretario de Estado al pisar suelo sudafricano y declarar que “Estados Unidos no dictará las decisiones de África”, definiendo que el eje de esa estrategia es “no obligar a los países a elegir entre Estados Unidos y China o Rusia”. Luego enfatizó que “tampoco debería hacerlo nadie más”. Sudáfrica es el principal país socio comercial de los norteamericanos en el continente, pero China es el mayor socio comercial de Pretoria.
Cuatro días antes, la embajadora de los Estados Unidos ante la ONU, Linda Thomas-Greenfield (funcionaria que depende de Blinken) puso en autos a Uganda de que sería sancionada si además de comprar productos agrícolas a Rusia se les ocurre ampliar la gama de mercancías a importar de ese país. Thomas-Greenfield, el viernes 5 de agosto durante una visita a Ghana, afirmó que en África "más de 40 millones de personas sufrirán inseguridad alimentaria desde que el Presidente Putin eligió invadir a su vecino y robar sus tierras". El alza en los precios mundiales de las materias primas generó en Ghana, Kenia y Sudáfrica grandes protestas civiles, con muertos. El jueves 11 se sumó Sierra Leona, país de África occidental donde la mitad de la población vive por debajo de la línea de pobreza y los alimentos y combustibles han subido un 40 % en los últimos meses. Murieron 26 personas (6 policías y 21 civiles). Se impuso el estado de sitio en todo el país y se cortó el acceso a Internet. Desde que hace dos décadas se puso fin a la guerra civil la vida en este nación transcurría sin mayores sobresaltos. Por ahora, estas protestas –no hay semana en que no estallen en algún país africano— no se llevaron puesto a ningún gobierno. Endeudados más allá del límite y sin fondos, los gobiernos por ahora solo pueden reprimir. Pinta que la amenazadora Thomas-Greenfield se quedó muy corta.
En África hay cincuenta y cuatro países. Un poco menos de la mitad, incluida Sudáfrica, ni condenaron a Moscú por los eventos de Ucrania ni se plegaron a las sanciones occidentales. Nigeria y Kenia, las economías más grandes de África occidental y oriental –respectivamente–, encabezaron la mayoría de los países africanos que votaron a favor. De todas formas, la diplomacia norteamericana no esperaba el revés de las abstenciones y ausencias. Casi que los agarró de sorpresa, coinciden los analistas. Los africanos remisos le pasaron factura de que sólo hay palabras y pocos dólares y voluntad para que el 75% de los 1.400 millones de habitantes de África aún no estén completamente vacunados contra el Covid-19. Además, se sienten burlados. Los países desarrollados rehusan financiar a los países africanos para explotar sus propios recursos de petróleo y gas con el argumento de que no son renovables. Los países industrializados no dudaron en reiniciar sus usinas alimentadas a carbón cuando ahora vieron venir la crisis energética.
Es la segunda vez que Blinken va a África desde que asumió como titular de Asuntos Exteriores de la Casa Blanca. El pasado mes de noviembre ya había visitado Kenia, Nigeria y Senegal (hoy con crisis de hambruna por sequía). Se rumorea que también está haciendo los primeros movimientos para una cumbre de líderes africanos en diciembre con el Presidente Joe Biden. El último cónclave con los africanos fue con Barack Obama en 2014. Los resultados de las legislativas de mediano término el próximo noviembre, que no vienen nada bien para los demócratas, le bajaron el entusiasmo a la iniciativa.
Rusos, europeos, chinos
El 24 de julio, Sergei Lavrov, el ministro de Relaciones Exteriores de Rusia, llegó a Egipto y se reunió con su Presidente, Abdel Fattah el-Sisi. Algo más del 80% del trigo que importan los egipcios viene de Rusia y Ucrania. A su vez, los rusos acordaron con Egipto construir una central eléctrica nuclear a un costo millonario en dólares. Para los rusos, el Nilo es uno de sus destinos turísticos preferidos y explican un tercio de los turistas extranjeros que van a las pirámides. El lunes 25, Lavrov pasó por el Congo, donde se entrevistó con el mandamás vitalicio Denis Sassou Nguesso. Su estadía se extendió hasta el jueves 28 de julio. En esos días fue por Uganda, donde se encontró con el Presidente Yoweri Museveni, y también por Etiopía. En Addis Abeba negoció con el primer ministro Abiy Ahmed Ali. Unos días más tarde, llegó a esa ciudad Mike Hammer, enviado especial de Estados Unidos al Cuerno de África, para flexibilizar las sanciones que impusieron a Etiopía por la guerra civil con centro en Tigray. No daba para menos, puesto que Lavrov cerró el trato para que en octubre se lleve a cabo en Etiopía la cumbre Rusia-África, en la que se firmaran acuerdos comerciales y de defensa.
En paralelo a la visita de del Canciller ruso, el Presidente de Francia, Emmanuel Macron, emprendió una gira diplomática –la primera fuera de Europa desde que fue reelecto en abril– por Camerún, Benín y Guinea-Bissau. Macron quiere bajar la dependencia del orden del 40% de las importaciones africanas de trigo desde Rusia y Ucrania mediante la puesta en marcha de la FARM (Misión para Fortalecer la Agricultura y la Alimentación), que no es otra cosa que subsidios para la producción y tecnificación del agro. “Algunos nos culpan por decir que las sanciones europeas son la causa de la crisis alimentaria mundial, incluso en África. Es totalmente falso. Los alimentos, como la energía, se han convertido en armas de guerra rusas”, dijo Macron en Camerún el miércoles 27 de julio. Lo cierto es que en África francófona, en la que hace poco el Presidente francés cedió la otrora zona del franco al completo dominio del Banco Central Europeo (son países con convertibilidad a esa moneda de hecho y derecho), la antigua potencia colonial es repudiada en favor de Moscú. La junta militar de Malí expulsó al ejército francés y reclutó a Wagner, un grupo de mercenarios rusos, en su lucha contra la insurgencia yihadista.
La influencia rusa avanza en el Sahel, un cinturón semi-desértico del tamaño de un subcontinente, que se extiende miles de kilómetros a lo largo de África. Níger es parte de esa desolada geografía y es el país más pobre del mundo, según el índice de desarrollo humano de la ONU. Si no fuera por la presencia rusa, seguiría siendo la desgracia de siempre. El Canciller alemán, Olaf Scholz, se dio una vuelta en mayo para visitar a las tropas alemanas estacionadas en una base cercana a la frontera de Níger con Malí. Según se acordó con el gobierno de Níger, los alemanes entrenan allí a sus soldados para la lucha contra el terrorismo. Las tropas francesas expulsadas de Malí se asentaron en ese país, y en 2019, los norteamericanos pusieron una base de drones en una remota aldea al norte de Níger. El Chad, otro país del Sahel que compite con Níger por el campeonato de la pobreza mundial –a pesar de que exporta petróleo– y que está tratando de apaciguar su enfrentamiento civil, el año pasado vio morir en plena batalla a Idriss Déby, Presidente y comandante de la máquina de combate más eficaz del Sahel. Lo mataron, de acuerdo a los rumores, insurgentes entrenados por Wagner. Macron asistió al funeral de Déby en N'Djamena. Por cierto, España con Marruecos y Melilla e Italia con la tribal Libia tienen lo suyo. Ambas también participan del objetivo e instituciones europeas con intereses en el Sahel.
En la actualidad, China es el principal socio comercial y financiero de África. Mediante la estrategia One Belt, One Road (“Un Cinturón, una Ruta”), numerosos proyectos de infraestructura se hicieron realidad en los países africanos. Quizás lo que mejor ilustre esta situación sea la reciente elección presidencial en Kenia del martes 9 (aún indefinida), en donde los dos candidatos principales se han centrado en China durante la campaña electoral para lograr más apoyo del gigante asiático, aunque planteen vías distintas –en apariencia– para diferenciarse. Paradójicamente, el líder de la oposición, Raila Odinga, fue por el oficialismo y el Vicepresidente William Ruto por la oposición. El gobierno saliente tomó grandes préstamos de China para financiar proyectos de infraestructura. Odinga quiere renegociar parte de esa deuda para pagar un nuevo subsidio mensual a los pobres. Ruto prometió deportar a los chinos que llegaron en manada a Kenia.
¿Por qué pasa?
¿Por qué le pasa esto a África y qué podemos aprender nosotros de esa experiencia para la coyuntura y la estructura? Immanuel Wallerstein, que hizo de África un objeto de estudio a lo largo de su vida, en uno de los tantos ensayos que escribió al respecto señala que “debe hacerse una distinción entre ‘integración’ y ‘asimilación periférica’. En el primer caso, se refuerza el desarrollo del capitalismo, ampliándolo; en el segundo, se desarrolla en profundidad”. La provisión de esclavos correspondió a la fase de integración. Wallerstein aclara que “la integración siempre precede a la asimilación periférica. Esta segunda fase comenzó en 1875/1900 para la mayor parte del norte, oeste y sur de África, y tal vez no hasta 1920 para el este de África. El proceso siempre está en curso. Cuando sostenemos que antes del siglo XX África no formaba parte de la economía-mundo, queremos decir que la asimilación periférica aún no era efectiva (…) Cabe subrayar que la integración de África en la economía mundial no es consecuencia de una elección libre. Ninguna región eligió esta opción. La integración fue un proceso exógeno que encontró resistencia (…) Debemos dejar de sobrestimar el papel de los factores externos en la creación de los Estados africanos. De hecho, las fuerzas internas son el motor de la evolución política, mientras que el proceso lógico de desarrollo explica la mayor parte de ella (…) La cuestión está en otro nivel: de hecho, la participación en la economía-mundo implicaba la existencia de estructuras políticas capaces de asegurar el funcionamiento de la economía, en términos de comercio, producción y trabajo. La presión desde el exterior tenía como objetivo imponer tales estructuras. Cuando las estructuras existentes fueron suficientes para desempeñar el papel esperado, de cualquier manera, se ejerció poca presión para imponer el cambio. Sin embargo, la participación en la economía-mundo reforzó la importancia económica de ciertos agentes internos capaces de crear estructuras políticas adecuadas; y fueron ellos quienes presionaron por cambios estructurales. Esta situación engendró una serie de desórdenes que beneficiaron poco a los Estados participantes de la economía-mundo. Esta última, a su vez, hizo un esfuerzo por imponer la estabilización política creando Estados que participaban del sistema interestatal y, por tanto, que aceptaban las presiones del mismo”.
El atávico problema africano, entonces, es que llegaron tarde, pero llegaron a la economía-mundo. Los dólares de China, en lo que les toca, fueron haciendo avanzar y madurando ese proceso y tanto los datos de la coyuntura como las tendencias en danza sugieren –contra las apariencias en contrario– que Blinken no fue a tronchar esos flujos, sino a asegurar que es una cuestión africana. Enmarca esta situación el historiador Adam Tooze (Chartbook #141 10.708/2022) al inquirir acerca de si está comenzando el desacople financiero entre China y Occidente. Parte del dato de que en julio China registró el mayor superávit comercial mensual alcanzado por cualquier país en la historia: asombrosos 101.300 millones de dólares (57% más alto que el superávit comercial récord del año pasado). Para llegar a este 5% del PIB de China, exportaron más o menos lo mismo, pero importaron menos por la debilidad del mercado interno. El problema es la contrapartida: la formación de activos externos. Los chinos que pueden y los occidentales se están retirando de las empresas chinas. Por fuera del aumento de las reservas, que se componen de bonos del gobierno norteamericano (¡qué enemigos bárbaros!) dice Tooze que “hasta ahora, los superávit comerciales chinos (…) han ido de la mano con la profundización de la integración china en la economía mundial. Han llevado a una acumulación de enormes activos chinos sobre el resto de la economía mundial que supera los grandes activos que los inversionistas extranjeros han hecho en China al mismo tiempo. Pero, como ha demostrado 2022, un superávit en cuenta corriente también puede ir de la mano con un desacoplamiento, ya que se deshace la demanda de activos sobre la economía china (…) Por supuesto, esto es únicamente sostenible mientras haya activos extranjeros para deshacer. Pero dado que las tenencias extranjeras de bonos y acciones chinos ascienden a más de 1,2 billones de dólares, deshacer ese montón de compromisos puede llevar algún tiempo”.
La estrategia iniciada por el ex Presidente norteamericano Donald Trump –y continuada por Biden– de frenar y revertir la descomunal inversión en China de las multinacionales de Estados Unidos (sin ninguna necesidad objetiva) está dando resultado, incluso en una coyuntura de post-pandemia y tensiones inflacionarias. El incidente con China provocado por el viaje a Taiwán de la semana pasada de la speaker Nancy Pelosi es parte del asunto. Taiwán fabrica el 90% de los semiconductores más avanzados del mundo. Esa manufactura ya comenzó a regresar a los Estados Unidos, aunque llevará su tiempo bajar de ese podio a Taiwán. En el desacople financiero, que unos dólares de las multinacionales norteamericanas enguantados en manos chinas vayan a parar a África forma parte de una salida ordenada, y encima le quitan espacio a los rusos. “La demografía es el destino”, dizque murmuraba el filósofo francés Auguste Comte. La ONU prevé que más de la mitad del crecimiento demográfico mundial desde hoy hasta 2050 tenga lugar en África, unos 800 millones más, en medio de un mundo que demográficamente declina y envejece. Aunque serán pobres, tirarle un hueso así a las multinacionales mal no les viene y –de fondo– no cambia nada.
Los chinos podrían atajar la salida y reconvertirla a favor, pero para eso deberían incrementar el mercado interno y los salarios, lo cual pone en vilo la supervivencia de la superestructura política. Aunque los mandarines se vistan de rojo, o incluso viren al rojo pálido, mandarines quedan. El propio Tooze no parece advertir la profunda contradicción de este proceso, pero en Occidente. En un artículo que publicó en Foreign Policy (01/07/2022) para desmentir la analogía de la gran inflación de la década de 1970 con la actual, Tooze afirma que ese paralelismo ignora “el cambio básico en el equilibrio de las fuerzas sociales. Mientras que en la década de 1970 la respuesta a la inflación fueron las huelgas y las fuertes demandas de expansión del Estado de Bienestar, hoy la crisis del costo de vida es un tema de informes de los medios, campañas de Twitter y preocupación filantrópica, no de protesta social o lucha de los trabajadores (…) Lo que falta es una presión salarial sostenida. Los salarios en los Estados Unidos han aumentado, pero no se han mantenido al día con los precios (…) En Europa, los sindicatos están comenzando a hacer reclamos más significativos. Pero allí, también, el crecimiento de los salarios ha quedado rezagado con respecto a los precios”. La Fed (la Reserva Federal norteamericana) y el Banco Central Europeo –concluye Tooze– “no están compitiendo por una contrarrevolución del tipo de la década de 1980 porque esperan que la original siga vigente”.
El filósofo Slavoj Žižek (Project Syndicate, 03/08/2022) sostiene sobre las consecuencias políticas de ese proceso que “aquí hay una doble paradoja. La corrección política occidental (el “despertar”) ha desplazado la lucha de clases, produciendo una élite socialdemócrata que afirma proteger a las minorías raciales y sexuales amenazadas para desviar la atención del propio poder económico y político de sus miembros. Al mismo tiempo, esta mentira permite que los populistas de extrema derecha se presenten como defensores de la gente “real” frente a las élites corporativas y del “Estado profundo”, a pesar de que ellos también ocupan posiciones en las alturas de mando del poder económico y político (…) En última instancia, ambos bandos luchan por el botín de un sistema del que son totalmente cómplices. Ninguno de los bandos realmente defiende a los explotados ni tiene ningún interés en la solidaridad de la clase trabajadora. La implicación no es que “izquierda” y “derecha” sean nociones obsoletas, como se escucha a menudo, sino que las guerras culturales han desplazado a la lucha de clases como motor de la política”.
Grandes lecciones para la Argentina aquí y ahora. Si los africanos pueden sacar provecho de las contradicciones de la acumulación a escala mundial, no se ve porque nosotros no podríamos, máxime cuando la espinosa y peliaguda coyuntura actual, una masa de contratiempos, tiene por delante un horizonte que chorrea exportaciones. Eso, si la inadvertencia de Tooze y la reflexión de Žižek otro vez nos vuelven a recordar que sin instrumento político para el desarrollo, no hay desarrollo.
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