CUANDO EL LIBERALISMO FUE POPULISTA
Adolfo Prieto plantea la aparición de la cultura popular a partir del criollismo en el siglo XIX
Fue en 1979, durante el exilio, que Adolfo Prieto (San Juan, 1929-Rosario, 2005) cayó en la cuenta acerca de la necesidad de ampliar sus fuentes documentales para lograr sortear algunas incógnitas surgidas durante su investigación sobre el criollismo. Se trataba de ese movimiento que a finales del siglo XIX comenzó siendo literario y se fue ampliando hacia el folletín, hasta llegar al teatro, una vez transformado en columna vertebral de una incipiente cultura popular. Por vez primera surgía en la Argentina un movimiento espontáneo, masivo, arrasador aún con la cultura letrada cultivada por las elites, poseedor de una institucionalización informal, en buen medida amenazante para el pensamiento dominante, que ya mostraba mutaciones y, por ende, capacidad para afincarse y perdurar.
Prieto estaba a las puertas de la sociología de la literatura, es decir de las condiciones históricas, sociales, económicas, de producción y consumo de los distintos universos de lectura. Perspicaz, sabía que no descubría la pólvora: la Odisea de Homero (siglo XXIX antes del presente) había mostrado el panteón y la sociedad helénica; el Emilio (1762) de Rousseau, la sociedad previa a la Revolución Francesa; Robinson Crusoe (1719) de Daniel Defoe era un muestrario de la vida cotidiana y los principios del colonialismo en la antesala de la primera revolución industrial; y así sucesivamente. Que las buenas narraciones de ficción encierran acotados marcos representativos de su época, era una noción presente; sólo bastaba ubicar el lugar desde donde se instalaba el narrador y dirimir ciertas licencias. Lo difícil era hallar la documentación que circunda a una obra; la investigación propiamente dicha. Tal el problema con el criollismo, una corriente que a mediados del siglo XX perduraba como mito, con tan escasos registros como abundantes versiones interpretativas por parte de la cultura letrada, nada afecta por cierto.
El problema era que, durante las postreras tres décadas del siglo XIX y las dos primeras del siguiente, (berridos, crecimiento y declinación de) la movida corrió glotona, opípara y veloz por medios gráficos paralelos a la gran prensa diaria o libresca. Los folletines eran editados por aventureros no menos que por aficionados, en tiradas que iban de pocas decenas a varios, muchos miles de ejemplares, con dudoso pie de imprenta e improbable domicilio fiscal. Sin ser prensa clandestina —sus contenidos rozaban la tolerancia de la policía del pensamiento, sin perforarla—, tampoco satisfacía los cánones lingüísticos, estadísticos e impositivos de la época. Folletos de unas pocas páginas impresos en papel obra, se esparcieron por pampas y ciudades, envolvieron docenas de huevos, tapizaron tachos de basura, encendieron fogones.
Hubo que aguardar hasta 1983 cuando el investigador descubrió en el Instituto Íbero Americano de Berlín, el millar de ejemplares de la “Biblioteca Criolla” reunida por Paul Albert Robert Lehman-Nitsche (Radomitz, 1872-Berlín, 1938). Diletante etnógrafo, el alemán fue traído a estos pagos por el Perito Moreno, donde se afincó durante cuatro décadas y sentó las bases de los estudios antropológicos. Positivista de su época, coleccionó todo lo que consideraba representativo; también aquellos folletos con versos, canciones e historias de gauchos, buenos y malos. Tamaño material le otorgó a Prieto el sustento requerido a fin de estipular un dispositivo de lectura capaz de determinar un circuito de producción desgajado de los parámetros formales, tanto de la industria editorial como de la cultura dominante y de la corrección política: la cultura popular. Tampoco se trata de que antes de entonces las clases populares careciesen de cultura, por supuesto. Sucedía que era la primera vez que cundía un lenguaje propio, atravesando clases y modalidades.
Así surgió, recién en 1988, El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna, el multifacético ensayo con el que Adolfo Prieto, tras el proyecto de formalizar un mapa de lectura entre 1880 y 1910, descula un nuevo tipo de lector masivo, surgido de las campañas de alfabetización. Parte del plan de modernización impulsado inicialmente por Sarmiento, corregido, disminuido y aumentado sucesivamente por el poder político, generó “un espacio de cultura específica en el que el modelo tradicional de la cultura letrada siguió jugando un papel predominante, aunque ya no exclusivo ni excluyente”. Un mismo instrumento de simbolización —el lenguaje escrito— comenzó a ser compartido por dos espacios culturales en permanente fricción, rechazo mutuo y contacto estrecho, a la vez vehículo de asimilación de los contingentes inmigrantes y de clase que rápidamente se incorporaban a los espacios urbanos y poblaban sistemáticamente el capitalismo rural.
Momento histórico en el que el poder desarrolló un curioso liberalismo populista, bien se puede decir hoy que les salió el tiro por la culata. La pieza maestra del proyecto social del liberalismo finisecular, la capacidad de leer, adquirió un volumen de contenidos inesperados, manteniendo prácticamente las dimensiones del espacio propio de la cultura letrada e incrementando en forma exponencial el de la popular. Fenómeno que rebasó los núcleos convencionales de las librerías, extendiéndose en forma anárquica a los vendedores de diarios, kioskos, tabaquerías, salas de lustrar, barberías, pulperías y lugares de esparcimiento. Un meticuloso seguimiento por medios y autores es el que Prieto desenvuelve, deteniéndose en obras y autores, desde el Martín Fierro y su antagonista Juan Moreira, hasta el Santos Vega y una miríada de poetas, payadores y narradores a los que analiza en forma profunda, pormenorizada. Delimita el gauchesco del criollismo al consignar fuentes y aportes provenientes de otros distritos culturales, como el periodismo, el teatro y el circo. Sin embozar conclusiones políticas, ideológicas y aun teóricas, el autor desgaja formas y extensión, sostenidas en pruebas testimoniales, fragmentos y glosas.
De lectura ardua y a la vez entretenida, la agilidad de la propia escritura de Adolfo Prieto hace de esta esperada reedición de El discurso criollista una herramienta insoslayable, ejemplar, del análisis de los argumentos sociales, no menos que un ejemplar modelo de investigación. El empoderamiento de los sectores sociales postergados, la generación de un lenguaje diferencial, la incorporación de prácticas culturales soslayadas cobran una potente presencia. A partir de ellas es factible extender hasta la actualidad componentes de pensamiento y acción capaces de actualizarse en función de las tan renovadas como cambiantes situaciones que asuelan la historia de los pueblos. Atrás queda el gaucho, personaje mítico, acaso inexistente tal cual lo presentaban aquellos versos del inicio, transformado luego en el paisano, en el trabajador inmigrante, en la clase que defiende hasta hoy lenguaje, acervo e identidad.
FICHA TÉCNICA
El discurso criollista en la formación de la Argentina moderna
Adolfo Prieto
Buenos Aires, 2022
240 páginas
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