Mi ley es encarcelar la pobreza

Encontrar formas de democratizar nuestros sistemas monetarios es parte de la batalla cultural

 

El ex Presidente de la Nación Mauricio Macri se contó entre los oradores invitados a la Conferencia Internacional de la Libertad, realizada el viernes 3 de junio en San Pablo. La prosapia de este tipo de encuentros incita a presumir que fue un cónclave apasionante (sic). El evento lo organizó el ala más derechista de los partidarios de actual primer mandatario derechista onda ultra del país tropical: Jair Bolsonaro. En el escenario, Macri estuvo acompañado por el ex Presidente brasileño Michel –lo-que-se-cifra-en-el-apellido– Temer. Durante su alocución, el ex mandatario argentino calificó despectivamente de “populista” a Hipólito Yrigoyen, el gran prócer de una parte considerable de sus socios políticos de Juntos por el Cambio.

Tal caracterización motivó que sectores mayoritarios del radicalismo, al enterarse horas después, se disgustaran e hicieran público el reproche. En cambio, los galeritas minoritarios de parabienes acudieron al expediente del que calla otorga. Tan radicales unos y otros, ambos bandos permanecen fieles al espíritu partidocrático internista que amerita (para cualquier tema) un tratamiento faccioso, en el que –en lo posible– la gratuidad rivalice con la tenacidad. Unos días después de la conferencia, Macri ensayó una defensa para calmar a los radicales. Yrigoyen tornó entonces en prácticamente un precursor injustamente ignorado de Ronald Reagan. El quesiqués correspondiente ya se hizo costumbre.

A Yrigoyen le decían “El Peludo” porque compartía con ese animal acorazado el rasgo de vivir oculto. Lo que caracterizó Macri del Peludo es impropio, y la aprobación silente de los galeritas, sobreactuada. La más reciente historiografía afín sobre el caudillo radical, y alguna anterior, se abocó a demostrar que Don Hipólito era un librecambista de fuste, una manifestación del presente como historia del mitrismo ganadero bonaerense. Del fuego que hubo entre Leandro N. Alem (tío de Yrigoyen) y Bartolomé Mitre en la revuelta de 1890 quedó en su sobrino esa ceniza, luego del corto mano, corto fierro que se prodigaron los líderes del Parque. Al fin y al cabo, buena parte del radicalismo siguió y sigue siendo expresión de esa corriente ideológica mitrista. Por caso, Ricardo Balbín la expresaba acabadamente si se registra desde quién lo financiaba hasta sus pocas ideas acerca de qué hacer con el país. ¿Qué otra cosa es el senador nacional por Mendoza Alfredo Víctor Cornejo Neila, sino la actualidad de las contradicciones de aquel país que fue y quiere volver?

El hombre es el hombre y sus circunstancias: nada más cierto respecto del Peludo. Era el socio político operativo menor de Carlos “El Gringo” Pellegrini y Roque “Protocolo” Sáenz Peña, sucesores naturales del roquismo para superar sus limitaciones. Cita el historiador Felipe Pigna una carta de 1895 de Alem a un amigo, en la que dice que “los radicales conservadores se irán con Don Bernardo de Irigoyen; otros radicales se harán socialistas o anarquistas; la canalla de Buenos Aires, dirigida por el pérfido traidor de mi sobrino Hipólito Yrigoyen, se irá con Roque Sáenz Peña y los radicales intransigentes nos iremos a la mismísima mierda”.

Los dos socios políticos mayores se habían dado cuenta de que el país que se disponía a celebrar el Centenario había llegado a su fin y que necesitaba industrializarse y democratizarse. Manuel Quintana, que asumió la primera magistratura cuando Julio Argentino Roca concluyó su segunda presidencia en 1904, fue uno de esos estertores que se toman los procesos políticos entre lo que muere y nace. Pellegrini murió en 1906 y Sáenz Peña en 1914 (había asumido como Presidente en 1910). El Peludo en 1933. Los tres tenían casi la misma edad. Pellegrini había nacido en 1846, Sáenz Peña (cuyo padre Luis también fue Presidente de la Nación) en 1851, y El Peludo, en 1852.

 

Amigos son los amigos: Carlos Pellegrini, Roque Sáenz Peña e Hipólito Yrigoyen.

 

 

Sobrevivió la parte gris del trío, al que para hacerle honor a su sobrenombre, la presidencia le cayó como peludo de regalo. Bajo las largas sombras del Gringo y Protocolo había asimilado que el desierto verde necesitaba otra cosa, pero ni de cerca ni de lejos tenía la estatura política e intelectual para comprender qué había que hacer en el mundo que va desde la tranquera de la estancia de invernada hasta Smithfield. Esa ambigüedad que nace entre el deseo de lo que se quiere transformar porque se olfatea que se tornó disfuncional y no tener la menor idea de qué hacer, posiblemente sea lo que de ahí en más haya tarado el comportamiento político de los radicales.

¿Yrigoyen populista? ¡Qué va! Resulta absolutamente insospechado de tal oprobio si al prontuario mitrista se le suma la Semana Trágica, la Patagonia Rebelde, La Forestal. Si se agrega su estruendoso silencio por la Masacre de Napalpí (presidencia de Marcelo T. de Alvear), cartón lleno. El carcelero cruel y despiadado de Milagro Sala, que encabezó contra Macri la amonestación radical –en su afán de ser candidato a Presidente en 2023– seguramente se esperanza en seguir alimentando el mito que hace brillante a este que fue un político gris y muy reaccionario. Popular fue; populista, ni de casualidad. Las persistentes tergiversaciones del relato oral de la historia argentina son un buen augurio para la meta de Gerardo Morales. La ley del voto secreto y obligatorio de febrero de 1912, conocida como ley Sáenz Peña porque justamente la impulsó Protocolo, es una de las más llamativas distorsiones de ese relato oral del pasado argentino. Se dice aquí y allá que fue Yrigoyen el que alentó el voto secreto y obligatorio. ¿Pero si la ley se conoce como Sáenz Peña y refleja cierta lucidez de los conservadores, desde dónde se le atribuye a Yrigoyen el mérito? Desde la mentada tergiversación oral.

 

Más cosas

Los radicales no lo censuraron a Macri por los otros verdaderos dislates que dijo en San Pablo. Al revisarlos, se entiende la razón: quieren su certificado de reaccionarios comme il faut. Al preocuparse únicamente de sacarle el sayo de populista al líder histórico, al mismo tiempo buscan confirmar que están para disputar quién es el más recio de la derecha. Como si al preguntarles al abanico de la derecha cuál es la ley que resume y explica su comportamiento político, los radicales ahora quisieran ser a los que más fuerte se escuche mientras gritan: “Mi ley es libertad para encarcelar la pobreza. Mejores capataces que nosotros no hay”. La vocación de alfiles del orden establecido es irrefrenable.

Según el libreto de siempre de Macri, recitado otra vez en San Pablo, los malos de la película “no tienen ningún problema en darte el mejor futuro gastándose todos los ahorros de la sociedad. Las reservas del Banco Central, los ahorros de los jubilados, las reservas de gas y petróleo (…) el populismo tiene una pasión por regalar la energía. Es una pasión. ¿Qué importa? Regalo. Todo gratis. El gas, la luz, el agua. Hasta que se acaban esas reservas, hay unos años maravillosos, donde todo el mundo tiene todo gratis. ¿Y qué hacen cuando se les acaban los recursos? Empiezan a imprimir dinero, cada vez más dinero. Al principio también es muy lindo, es la misma sensación que la morfina, me decía un ex Presidente. Y esto ya no es un problema de Latinoamérica. Tal vez se originó en Latinoamérica y la Argentina, que siempre ha sido de innovar. Lamentablemente hace varias décadas, para mal en política, fue uno de los lugares donde primero arrancó. Primero con Yrigoyen y después con Perón y Evita, que fueron muy conocidos en el mundo. Pero esto ha sido muy contagioso y hoy se ha extendido al resto del mundo. Hemos visto con la pandemia cómo países desarrollados han emitido trillones de dólares, trillones de dólares para que la gente no vaya a trabajar y se quede en su casa, creando estos planes que la Argentina ya probó hace 40 años y han sido un desastre, porque rápidamente el ser humano se acostumbra a no trabajar y se ataca el elemento central de una sociedad y de la libertad que es la cultura del trabajo (…) Después viene la inflación y te roba todo lo que te habían dado. Y crea más y más pobreza”.

Eso de recusar la cuarentena, implica recomendar que mejor se contagien y mueran antes de que se acostumbren a no trabajar. Además de falso, el argumento es muy lúgubre y serio. No es por cargar las tintas resaltar su gravedad. Viene de un ex Presidente. Que esa nostalgia por el Negrero del corazón de las tinieblas en el Congo, después de cuatro años lamentables, haya recibido 40% de los votos, indica que estamos ante un problema cultural muy denso y delicado, con pronóstico reservado.

Macri y casi toda la derecha siguen creyendo que pueden controlar la cantidad de dinero a través del Banco Central y que eso es clave porque la emisión monetaria genera inflación. En sus horribles cuatro años de gobierno, desde el primer día se aplicaron a controlar la cantidad de dinero con el objetivo de frenar la inflación, y uno se les fue de escuadra y la otra se duplicó. Evidentemente, no les alcanzó que no hubo caso. Decimos “casi toda la derecha” porque hay un sector –hasta hace un tiempo minoritario y que según las encuestas de estos días creció mucho en la aceptación ciudadana– que quiere suprimir el Banco Central para que los privados establezcan la cantidad de dinero. Estos extremistas no se resignan al mito del control del dinero, sino que suponen que en manos privadas se logra. ¿Cómo es el pasaje desde un orden monetario al otro? Nunca lo aclaran. Lo que es más llamativo es que nadie se los pregunta. Más todavía porque, como enseña la historia de los bancos centrales (particularmente, el inglés), la emisión de pagarés privados baja mucho la circulación monetaria. Eso ocurría en el siglo XVII. En una economía de la complejidad de la actual, da la impresión de que no tienen la menor idea en el quilombo que se están metiendo con estas propuestas. Lo que sí comparten todos los sectores de la derecha es que el expediente monetario los exime de cualquier negociación política, si total con controlar la cantidad de dinero, como creen, se planchan los precios y se apacigua la lucha de clases. Ese dinero tiene una curiosa propiedad. Los trillones (en realidad, billones) emitidos para afrontar la crisis de 2008, a diferencia de los emitidos para sostener la cuarentena, no son inflacionarios. Semejante desconexión de la realidad también los hace extremadamente peligrosos.

Además, la narrativa dice que hay un tesoro que los populistas despluman irresponsablemente y, cuando se acaba, imprimen dinero para seguir en el nirvana artificial. Y que la inflación resultante arruina cualquier perspectiva. Esta petición de principios respalda el primer mandamiento: no gastar. El relato certifica que la derecha argentina no tiene la menor idea de cómo funciona realmente el capitalismo. Los populistas puede que se pialen no sabiendo cómo sortear la restricción externa, pero llegaron a ese límite porque con toda justeza y corrección impulsaron el gasto. El pecado derechista es mucho, pero mucho peor: en un sistema en el que las sociedades ganan lo que gastan, estos obtusos derechistas quieren cuadrar el círculo y ahorrar más (gastar menos) para invertir más, pero como la inversión es una función creciente del consumo, no consiguen lo uno ni lo otro, porque no es posible conseguirlo. Es entonces cuando asaltan el presupuesto público mediante el endeudamiento externo y reparten los subsidios entre la gente como uno. El capitalismo es como una batería: si no se lo alimenta con el gasto, se descarga y deja de funcionar.

 

 

Democracia y dinero

En el número anterior de El Cohete, Mónica Peralta Ramos hizo hincapié en el “hecho poco frecuente y de gran importancia” de que el Presidente Joe Biden haya publicado el martes 31 de mayo una nota de opinión en el New York Times “buscando clarificar los objetivos de la política exterior de su gobierno”. Un día antes, en el Wall Street Journal firmó una nota titulada: “Mi plan para combatir la inflación”. Sin recibir la misma atención que la nota posterior, no obstante lleva a reflexionar sobre el asunto trascendental de la salud de la democracia con respecto al imperio de las instituciones del dinero.

Establece Biden que “la lucha contra la inflación (es) mi principal prioridad económica” y que su “plan tiene tres partes”, a saber: “Primero, la Reserva Federal tiene la responsabilidad principal de controlar la inflación. Mi predecesor degradó a la Fed, y los presidentes anteriores han tratado de influir en sus decisiones de manera inapropiada durante períodos de inflación elevada. No haré esto (…) En segundo lugar, debemos tomar todas las medidas prácticas para que las cosas sean más asequibles para las familias durante este momento de incertidumbre económica y para aumentar la capacidad productiva de nuestra economía con el tiempo (…) Tercero, necesitamos seguir reduciendo el déficit federal, lo que ayudará a aliviar las presiones sobre los precios”. En esto último se mezclan una reducción de “los programas de emergencia de manera responsable” con “un aumento en los ingresos, ya que mis políticas económicas impulsaron una recuperación rápida. Mi plan reduciría el déficit aún más al hacer reformas de sentido común al código tributario”.

El sumiso respeto del hombre más poderoso de la Tierra hacia las instituciones del dinero encuentra una explicación en el Chartbook #124 (28/05/2022) del historiador Adam Tooze, dedicado a glosar el ensayo de Stefan Eich, publicado esa semana, titulado The Currency of Politics (El circulante de la política), que versa sobre el pensamiento político acerca del dinero desde Aristóteles hasta la actualidad. Comenta Tooze que, “como muestra Eich, si bien el dinero puede parecer muy alejado de la política (¡y ni que hablar de la democracia!), el sistema monetario moderno en realidad depende de manera crucial del Estado y los bancos centrales. (…) Al colocar el dinero fuera de la política, afirmamos constantemente lo que Kant habría llamado una “inmadurez autoincurrida”. ¿Realmente no confiamos en nosotros mismos? ¿Podemos darnos el lujo, dados los múltiples desafíos que enfrentamos, de no aprovechar el potencial para la acción colectiva que se encuentra en la movilización del sistema monetario? ¿Podemos usar ese potencial para algo más que la estabilización repetida de un sistema financiero chapucero y que impone la desigualdad? (…) El ensayo de Stefan está impulsado por preguntas que difícilmente podrían ser más apremiantes: ¿Por qué tenemos tanto miedo de la maleabilidad política del dinero? ¿Qué vincula a las teorías políticas del dinero con los momentos de crisis? ¿Qué hace que el dinero sea tan complicado para las democracias? ¿Y cómo podemos democratizar el dinero? (…) Si el dinero ya es siempre político, la pregunta realmente clave es: ¿Qué tipo de política debería guiarlo? ¿Una oligárquica? ¿O una democrática? La sugerencia de The Currency of Politics es que debemos luchar para encontrar formas de democratizar nuestros sistemas monetarios”. Exactamente lo contrario del sexo que preconizan derechistas como Macri, que no se había enterado de que habla en prosa yrigoyenista. La tergiversación de la historia oral obra esos milagros.

 

 

 

 

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