TODO PARECIDO NO ES COINCIDENCIA
Espionaje, mafia, política y familia disfuncional en una novela de Matías Molle
“Los personajes y hechos aquí retratados son completamente ficticios. Cualquier parecido con personas verdaderas, vivas o muertas, o con hechos reales es pura coincidencia”. El cartelito apareció por primera vez en 1935 a raíz de un juicio ganado por Irina Alexandrova —sobrina del zar Nicolás II de todas las Rusias— a la Metro Goldwyn Mayer por el film Rasputín y la zarina, donde al parecer se había menoscabado su imperial virtud. También es oportuno considerar que, para ese entonces, los bolcheviques habían tomado el poder, la monarquía de los Romanov se rajaba y andaba corta de fondos. Con la película no pasó mucho, la MGM debió gatillar como medio millón de dólares de la época y con Rusia ya se sabe (o más o menos). La advertencia quedó para películas, series, obras de teatro, extendiéndose a la industria editorial, por si las moscas. Su éxito llegó a grados tales que, en más de una ocasión, la leyenda fue utilizada como carnada marketinera en espectáculos y obras que ningún anclaje tenían con la realidad, salvo la morbosa curiosidad del público incauto.
De modo que el ardid más efectivo para abordar personajes, situaciones y lugares reales, resultó incluir contundentes dosis ficcionalizadas, contrapuestas, disminuidas y aumentadas, a lo ocurrido, aunque conservando los rasgos que lo hagan reconocible sin prestarse a confusiones. Claro que cumplir en forma exitosa posee un obstáculo: requiere talento, investigación y apertura cultural; en ese orden. Entre los escasos casos eficaces de la maniobra, se acaba de incluir Matías Molle (Mercedes, 1976) con su flamante novela La fórmula de lo real. Debut bastante auspicioso en la literatura y en el intrincado género, si se considera precisamente su condición inaugural con indulgencias. Relativo outsider en las bellas letras, el autor ostenta un raudo pasaje académico por las mancias de la comunicación y la edición, dedicándose luego de lleno a la tarea política en la primeras líneas como funcionario multipropósito en tareas tan diversas como gerenciar el ANSES, el programa Conectar Igualdad o el Registro Nacional de Armas y Explosivos, hasta la diputación provincial actual por el Frente de Todos. ¿Qué tiene tal recorrido que ver con la literatura? Dejando de lado la puja por qué corresponde a la realidad efectiva y qué a la ficción: todo y nada. El arte sigue siendo el de las proporciones.
Por lo pronto, la novela tiene como escenario privilegiado La Corporación, cuya punta de lanza histórica es El Diario, una red que “llega a todos lados y por todos lados, en miles de formatos y de diversas maneras. Lo que el Diario quiere decir lo dice por sus paginas, su web y canales de aire y de cable de todo el país. Pero también a través de sus consumidores y de los que consumen aquellos que sus consumidores replican (…) Llegan a todos lados, incluso al almacén para que te envuelvan los huevos. Es la maquinaria de distribución de mensajes más potente que existe: una máquina generadora de sentido común funcionando las 24 horas del día, los 365 días del año”. Ya se entiende de qué se trata. Megaempresa con ramificaciones a diversas ramas de la producción, baluarte del poder real, a su interior contiene un aparato de inteligencia superestructural responsable de las operaciones políticas y otro encargado de la tarea sucia. Tal como el especialista en mafias Rocco Carbone lo denuncia en diversos medios, incluido El Cohete a la Luna, dicho sea de paso.
El multimedios tiene su capo supremo, despótico y críptico, quien guarda con celo su inminente proyecto de saltar al poder absoluto apoderándose de los recursos naturales del país. Hay asimismo dos hijos: uno sobreadaptado al padre que funge de periodista y chico culto; otro obsesivo y racionalista, matemático, no menos leído, que reniega del bioprogenitor por su características gangsteriles. El primero deja de frecuentar los lugares habituales, no se lo encuentra por ningún lado. (“Desaparecido” es una nominación que podría resultar ofensiva en la Argentina, dado el caso.) Pero el segundo lo busca — y la mafia, también.
He aquí el eje de la trama, sazonada por la misteriosa actividad de una agrupación de pueblos originales guaraníes liderada por una bella mestiza; la Agencia, ente oficial de espionaje decadente; la Compañía, eufemismo destinado a los agentes más o menos secretos enclavados en una conocida embajada extranjera. Juego de escondidas, trapisondas entre unos y otros, internas, serruchadas de piso entre services, matones y tecnócratas. Andanzas pródigas en intrigas, acciones estimulantes de la emoción, constituyen el plato fuerte de la narrativa de Molle. Envoltorio eficaz destinado a circunvalar tanto la pregunta como las vías de acceso a la verdad histórica, en el romántico anhelo “de que las cosas podían ser de otro modo al que efectivamente eran”. Propósito que el relato desenvuelve en el afán de revelar “la forma del engaño. O, en otras palabras, la fórmula para engañar a la realidad. En este mundo que nos ha tocado en suerte, donde la palabra vale menos que el papel donde se imprime, el periodismo, la ficción o el discurso de la Historia no son otra cosa que una forma de acomodar los eventos: no importa si lo que narran es cierto, sólo importa el efecto”. (Las cursivas son del autor).
En La fórmula de lo real, la forma importa tanto como el efecto, ambos eficaces en su función narrativa. La agilidad de las acciones es lo que da pie a tal eficiencia, en particular hacia el medio centenar de páginas finales de las más de trescientas del libro. Otras tantas, anteriores, podrían pulirse o cercenarse sin desmedro del conjunto, ya que se precipitan en esa efusión característica de las primeras novelas, en las que el autor requiere en forma indispensable permanecer enamorado de sus palabras a fin de proseguir el relato hasta el complejo momento de concluir. Sin reposo, esa masa leva en forma asimétrica y sus grumos más sensibles se arman en torno a los lugares en que triunfó la tentación de decirlo todo-todo. También, de repartir guiños a amistades, enemigos y entenados. Así como la compulsión a referir el propio ascenso de clase a través de la alusión a autores heteróclitos y teorías académicas sofisticadas. Alud capaz de permitir el arrastre de giros comunes evitables (“su exotismo facial me atrajo como magnetizado”); proyectar adjudicaciones improbables (“… la angustia de Walsh, esa angustia que se percibe en las hojas de su diario cuando se pregunta: ¿‘Podrá existir una literatura clandestina?’”); declinar la distinción entre las distintas voces, de personajes y narrativas, descuidar la puntuación y el uso de la tipografía. Ejemplar de tales deslices son las páginas facsimilares de las notas periodísticas del hermano pretendidamente (más) culto, rebosantes de un lenguaje engolado, frívolo y redundante. Con todo, la novela con que Matías Molle se inicia en la narrativa no deja de augurar una perspectiva promisoria para una temática que intercala en forma virtuosa la actualidad política estricta con la dramática del espionaje y el conflicto familiar, dentro de una telaraña en la que el lector logra identificar situaciones que le implican, se extiendan a los semejantes, determinan el devenir de los días y de los pueblos.
FICHA TÉCNICA
La fórmula de lo real
Matías Molle
Buenos Aires, 2021
326 páginas
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