Las cuatro cabezas de la hidra neoliberal
Ningún debate político en la era digital debe prescindir de la reflexión sobre el humanismo
Durante estas últimas semanas, quizá envalentonados por el desborde inflacionario, varios ex funcionarios de la derecha tilinga que gobernó el país hasta hace poco más de dos años (incluido el ex Presidente) se pasearon insistentemente por los estudios televisivos (su segundo hogar) y por sus anexos radiales para exigir a voz en cuello: reforma laboral, tarifazo, reducción impositiva para las patronales, nueva oleada de privatizaciones comenzando por Aerolíneas e, incluso, dolarización de la economía. Pero lo más sorprendente de esta escena, que se ha vuelto un lugar común de sus desvaríos, es que desde Martínez de Hoz hasta el trío Prat Gay-Dujovne-Lacunza, pasando por Cavallo y López Murphy, todas estas recetas ultraliberales han significado irremediablemente la ruina para el 80 % de los argentinos. No existe una sola variable económica capaz de desmentir esta aseveración. La aplicación de medidas ortodoxas nunca ha redundado en un incremento de la producción, el empleo y/o las inversiones productivas, ni mucho menos en mejoras salariales, jubilaciones dignas, desarrollo científico o mayor presupuesto educativo y sanitario. Siempre el resultado fue el ajuste, el recorte de asignaciones, la paralización de la obra pública, la depresión del salario, la precarización del trabajo. Pero entonces, ¿cómo se animan estos adoradores de los mercados a seguir repitiendo fórmulas malogradas, eslóganes fallidos, propuestas que solo han contribuido al enriquecimiento de unos pocos? Lo que sí conoce perfectamente la patrulla de saqueadores que arrasó con todo lo que halló a su paso es que el ejercicio sistemático de la confusión, la desmemoria y la post-verdad ha calado dramática y profundamente en el cuerpo y en el alma de sus víctimas; por consiguiente, y a sabiendas de este campo minado por sus propios desmanes, ellos se atreven a cualquier cosa, incluso a la negación del genocidio.
Aunque nos resulte muy difícil de entender, un puñado de multimillonarios evasores y fugadores seriales han encontrado por fin una alianza ultraconservadora presta a defender sus intereses a como dé lugar, dispuesta a ofrecerse como verdadero escudo humano frente al mínimo intento de tornar más progresivos los tributos fiscales, o a juramentarse que no tolerarán ningún aumento de la presión impositiva sobre los que más tienen. Sus más patéticos legisladores no dudan en montarse sobre los tractores de los terratenientes, en hacer guardia frente a sus silo-bolsas, o en proteger celosamente las ganancias de las patronales y también sus artimañas evasivas; mientras tanto, denuncian la excesiva moderación del FMI por no exigir reformas laborales y jubilatorias. Para estos lugartenientes de las grandes fortunas, solo descargando el peso del ajuste sobre trabajadores y jubilados (es decir, recortando “el gasto”) sería posible equilibrar las cuentas fiscales sin alterar la injusticia tributaria (es decir, sin incrementar la recaudación por la vía progresiva-directa). Así, el éxito de cualquier instigación a eliminar o bajar impuestos (el eslogan preferido de esta derecha desinhibida), no solo redundaría en el desfinanciamiento del Estado sino también en el recorte de los salarios y las jubilaciones, contracara de una ganancia empresarial en ascenso vertiginoso. A lo largo de toda nuestra historia, jamás una expresión electoral que ha venido concitando adhesiones superiores al 40 % de la población y que, incluso, ha triunfado en varias elecciones nacionales, se ha mostrado de un modo tan explícito y desenfadado como fiel representante del capital concentrado, de la casta multimillonaria, del 1% de los más ricos. Aunque también podríamos plantearlo de un modo diferente: es la primera vez que la sociedad argentina brinda un apoyo sostenido a una mafia descontrolada y violenta, a sabiendas de que dicha decisión no supondrá bienestar alguno para la mayoría absoluta de sus integrantes.
Por consiguiente –y aquí queríamos llegar– no bastará con poner en marcha políticas distributivas, inclusivas o reparadoras ni con mantener la unidad del campo popular (aunque se trate de dos metas absolutamente imprescindibles e irrenunciables). Tampoco nos alcanza con repetir como un mantra la obviedad de que “las víctimas eligen a sus verdugos”, en el intento de justificar nuestros propios errores y desatinos. Desde que el anarcocapitalismo financiero logró sortear con éxito las regulaciones de los Estados nacionales, el mundo se volvió más injusto, la riqueza alcanzó inéditos niveles de concentración, la pobreza y el desempleo no han cesado de incrementarse y la desigualdad se convirtió en la marca registrada de esta era. Sin embargo, el verdadero triunfo de la tempestad anarcocapitalista reside menos en sus contundentes conquistas económicas que en su aplastante victoria comunicacional, en la instauración de sentidos comunes que conjugan el punitivismo con el ensimismamiento emprendedor, en la instauración de una burbuja cognitiva nutrida por la manipulación mediática, las falsas noticias, la cloaca reticular y la delirante operación ideológica post-verdadera. Desde la soledad de sus recintos amurallados, estos magnates y su claque han logrado que esa explosiva amalgama de resentimiento, odios, temores, angustias e impotencias, lejos de dirigirse hacia los responsables del desastre, culmine haciendo blanco en los sectores más castigados por la hecatombe neoliberal: pobres, trabajadores precarizados, migrantes, “planeros”, desocupados, etc. Más allá de sus incontables maniobras mediáticas, lo cierto es que han hallado, en los afectos de un tiempo sombrío, el campo orégano para sus experimentos más perversos. Después de todo, la eficacia del ardid ideológico también consiste en reorientar la bronca no hacia los causantes del malestar sino en la dirección de los sacrificados por sus tropelías.
En virtud de la desorientación en que nos sumen estos acontecimientos, se nos ocurre pensar que el sujeto, la subjetividad y las tramas complejas del universo emotivo-volitivo, aún continúan siendo (tal como lo había advertido León Rozitchner hace más de 30 años) los puntos ciegos de nuestros análisis económico-sociales. Seguimos dando por sentada la existencia de una relación directa entre todo lo bueno que hicimos (o que haremos) en favor de los muchos, y el veredicto de estos últimos respecto de nuestra gestión; en ese mismo gesto, descontamos la presencia de un vínculo necesario entre la catástrofe económico-social en que nos sumergió una derecha peligrosísima que destila mediocridad y patetismo, y el pretendido castigo que le dispensaría el electorado por sus fechorías.
Por otra parte, el despliegue arrollador de las nuevas tecnologías digitales ha llegado a poner en cuestión no solo al complejo entramado humano de afecciones, intelecciones, sensibilidades y prácticas cognitivas, sino también a la idea misma de humanidad. Desde su irrupción en la biósfera, el homo sapiens se valió de la técnica como sostén indispensable para adaptarse a la hostilidad de su medio, para crear cultura, para producir mundo. Así, tekné e inteligencia, tecnología y percepción sensorial, artefactos y afectos (indecidible dialéctica entre naturaleza y cultura) se estrechan para tornar menos incierto el estar en el cosmos. Lo distintivo de nuestra actualidad es que:
- la teleinformática ya no complementa, sino que suple tanto la vida orgánica como los universos reflexivos y simpáticos,
- la inteligencia artificial reemplaza al intelecto humano, y
- las ingenierías genéticas deciden la creación y/o sobrevida de los organismos vivos (entre ellos, de la especie humana).
Por consiguiente, ninguna de nuestras intervenciones públicas, de nuestros concienzudos análisis sociales, de nuestros agitados debates políticos debiera desentenderse de una imprescindible reflexión/discusión sobre el humanismo. De lo contrario, todas aquellas prácticas estarán condenadas al fracaso. El queridísimo Horacio González había insistido, en muchas oportunidades, con esta asignatura pendiente; paradójicamente, en una época de obsesivos experimentos post-orgánicos, ni la aparatología clínica, ni la farmacopea, ni la criogenética lograron prolongarle la vida, tal como esperábamos ansiosamente todos y cada uno de sus incondicionales admiradores.
En síntesis: estamos asediados por las cabezas más voraces de una hidra temible: la indetenible avanzada del capital concentrado; la colonización subjetiva de sus presas; el inédito festival de expresiones delirantes, fórmulas vacías, retóricas incoherentes y formulaciones discursivas disparatadas que consolidan su triunfo; la persistente amenaza de una suplencia tecno-digital del mundo orgánico, psíquico y social. Si no logramos detectar el hilo invisible que las conecta, a la hora de organizar nuestras intervenciones críticas y/o políticas todo nuestro esfuerzo resultará vano.
* El autor es sociólogo, docente e investigador (UBA-UNDAV), director general de cultura y extensión universitaria (UTN) /[email protected]
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