La escasa inteligencia militar

En Rusia o en Estados Unidos, los oficiales de escritorio y sus expresiones de deseos no son buenos consejeros

 

Las agencias de inteligencia de Estados Unidos estaban convencidas de que los militares afganos resistirían mucho más de lo que lo hicieron, y predijeron que la capital de Ucrania, Kiev, caería rápidamente. En ambos casos, demostraron no saber evaluar el ánimo imperante.

El error ruso tal vez sea más grave: se equivocaron de raíz sobre la actitud que tendrían rusos étnicos en un país vecino con el que compartieron parte de su historia: Vladimir Putin los llamó, a ellos y al ejército, a sublevarse y dar un golpe de Estado contra el gobierno de Ucrania, y pasó exactamente lo contrario: superaron diferencias, menores ante el ataque a su país, y la resistencia al invasor que ofrecen sigue en pie, tenaz.

Un ex coronel de inteligencia ruso de la agencia FSB, Igor Girkin, y el ex “ministro de Defensa” de los separatistas rusos del este de Ucrania son citados por el New York Times afirmando en concordancia que “Rusia hizo una evaluación catastróficamente incorrecta de las fuerzas ucranianas”.

A esto se suman versiones a través de terceras partes, como la cita a un experto en los servicios militares y de seguridad de Ucrania, Andrei Soldatov, afirmando que el jefe de inteligencia ruso a cargo del reclutamiento de espías y acciones de diversión en Ucrania y su segundo fueron puestos bajo arresto domiciliario por el mando ruso. Las versiones siguen, hablan de deserciones, se preguntan dónde estará el ministro de Defensa ruso, que no es visto en público hace semanas, y más.

El calibre de estos errores de apreciación de la inteligencia rusa sólo es equiparable a los de la inteligencia de Estados Unidos, que tras veinte años (2001-2021) de haber invadido el país, creado y entrenado a fuerzas militares afganas, predijo que aguantarían al menos seis meses la retirada de los aliados de la OTAN del territorio. No aguantaron ni seis minutos. Los talibán se disponían a acampar ante Kabul para erosionar su defensa, y vieron que la puerta estaba abierta y las defensas ausentes.

Un error inverso, pero en definitiva similar, le ocurrió siete meses después a la inteligencia de Estados Unidos al evaluar la situación de Ucrania. Estimó que la capital Kiev caería en dos días, y sigue sin ser tomada más de un mes después. Se deben haber basado en los números: tanta fuerza del lado ruso es muy superior a la del lado ucraniano: ergo, la victoria es de los que tienen más.

Es cierto, los oficiales de Rusia y de OTAN no tenían manera de saber cómo actuaría el recién electo (en 2019) Presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, ante la inminente invasión, tras una carrera como actor cómico de televisión y con título de licenciado en Derecho. El New York Times da cuenta de ello. Primó el escepticismo y consideraron que actuaría como el presidente afgano Ashraf Ghani, al que se le caían bolsas de dinero mientras se apresuraba hacia el helicóptero; a eso le adjudica la OTAN que no haya habido resistencia a los talibán en la puerta de la ciudad. El retirado jerarca de la CIA y director de Inteligencia Militar, Douglas H. Wise, cita New York Times, se preguntó dos semanas antes de la Invasión rusa: “Este Zelensky, ¿es otro Ashraf Ghani o es acaso un Churchill?” Eligió la primera opción y, de acuerdo a ella, las políticas correspondientes. Se equivocó, y mucho.

Un coronel del Ejército uruguayo que estuvo dos años destacado como observador en Afganistán, Tilio Coronel, relató a este autor que él tenía acceso a los informes diarios de la CIA, pero que para enterarse de la situación en el terreno acudía a los suboficiales, que salían del destacamento e intercambiaban objetos y conversaciones con la población.

Tal vez allí esté la madre de todos estos errores: oficiales en sus escritorios, sean rusos o estadounidenses, hacen informes partiendo de datos básicos en los que las expresiones de deseos (tales como justificar el retiro de efectivos de Afganistán, y hacer una guerra relámpago en Ucrania) terminan definiendo políticas erradas. Y así resulta que su peor enemigo no es el contendiente, sino sus burocráticas expectativas sobre la vida.

 

 

 

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