Biden se va de boca
La incontinencia del Presidente de Estados Unidos confirma que busca el derrocamiento de Putin
Fue en Polonia, el sábado pasado. Al término de un discurso de 27 minutos leído impecablemente del telepromter, pleno de apoyo a Ucrania y críticas crudas y directas a Putin, el Presidente de Estados Unidos Joe Biden hizo algo que suele hacer, y que no suele quedarle bien: improvisó unas palabritas que causaron de inmediato un escándalo mundial: “For God’s sake, this man cannot remain in power”, dijo de Putin. “Por amor de Dios, este hombre no puede permanecer en el poder”. Y luego, con un “Dios bendiga a todos” pensó que terminaba su labor.
Se abrió en cambio un escenario al que los políticos nos tienen acostumbrados: “No es lo que dije sino lo que quise decir”. Y también “me sacaron la frase de contexto”, pero eso último no se podía aplicar en este caso. La Casa Blanca se apresuró a interpretar que lo que dijo en verdad fue que Putin no podía invadir otro país. La implicancia política directa de lo que dijo un hombre tan poderoso es que Estados Unidos intervenía públicamente y a través del mandamás en la política interna de Rusia. De ese tenor fue la escueta respuesta de Moscú: “Al Presidente ruso lo eligen los rusos”. Las demás consecuencias de tamaña debilidad quedaron por nombrarse; bien se dice que la venganza es un plato que se come frío.
Biden sabía de su tentación de improvisar, de sus habituales malas consecuencias y de la necesidad de disciplinarse. Por eso, dijo más de una vez: “Las palabras de un Presidente importan: pueden mover mercados, mandar hombres y mujeres valientes a la guerra, traer paz”. Los ejemplos de sus excesos verbales no son exactamente de ese tenor: a la primer ministro británica Theresa May la llamó Margaret Thatcher, y delante de los estudiantes sobrevivientes de un tiroteo en Parkland, Florida, se equivocó en la fecha en que había ocurrido la tragedia. Además provocó la ira (no solo la molestia) de Barack Obama cuando se adelantó a él en anunciar el matrimonio igualitario. “Soy una máquina de hacer torpezas”, dijo en 1987. Pero su otro yo le hizo decir que “me siento muy capaz de usar mi boca en sincronía con mi mente”. Ser lo que los españoles llaman “un bocazas” es motivo de bromas en su staff desde hace décadas, pero también de preocupación: tratan de disciplinarlo, y su conferencia de prensa inicial como Presidente fue tan preparada y ensayada que fue la que más demoró en ocurrir de los 47 Presidentes de Estados Unidos.
Pero ningún error como éste. El secretario de Estado Antony Blinken repite y repite que el cambio de gobierno en Rusia no está en la agenda política de Estados Unidos, pero la frase reverbera en el mundo. Los analistas norteamericanos por una vez en la vida concuerdan, y es en que Biden fue más lejos que cualquier antecesor durante la Guerra Fría. Líderes mundiales, diplomáticos, think tanks y estudiosos de la política internacional buscan hoy determinar si realmente dijo lo que pensaba, que si no lo pensaba por qué lo dijo, y particularmente cuáles son sus consecuencias. El gabinete de Biden, mientras tanto, hace lo posible por evitar pronunciarse al respecto.
El veterano diplomático Aaron David Miller, académico del Carnegie Endowment for International Peace, comentó el tema para el Washington Post en términos realistas: “Soy, por naturaleza, adverso a los riesgos. Y especialmente ante un hombre que tiene armas nucleares. ¿Pero tendrá esto consecuencias operativas? Realmente no lo sé”. La frase de Biden ahogó el sentido de su viaje a Polonia y, es más, contradice la política seguida por Estados Unidos junto a Europa ante la invasión de Ucrania, agregó Miller, y consideró que la aclaración inmediata de la Casa Blanca evitó que quedara establecido de que se quería realmente un cambio de gobierno en Rusia. “Pero no es claro cuál será el pleno impacto de la frase en los próximos días”.
Es inevitable considerar que la boca de Biden abrió una ventanita en su cerebro, que permite suponer que ronda por allí la idea de un golpe de Estado en Moscú, motorizado por el descontento militar y la falta de salida clara de la situación.
“Lo que esto me dice, y eso me preocupa, es que el equipo a cargo de todo esto no ve un fin plausible a la guerra”, consideró Michael O’Hanlon, miembro de número de Brookings Institution. “Si lo viera, Biden no estaría diciendo eso. La única manera de terminar con la guerra es negociar con este tipo”. Aunque a partir de la invasión no hay posibilidad de una relación normal de Estados Unidos y Europa con Putin, el centrar en él la responsabilidad, como hace Occidente, es una manera discreta de abrir la puerta a que la realidad sería otra sin él. Esa posibilidad ahora queda malherida (derrocar a Putin es hacerle el mandado a Washington) y no hay indicios de que esa alternativa sea más que una expresión de deseos. Jerarcas de Estados Unidos citados por el Washington Post concuerdan en que hoy las prioridades son dos: terminar la guerra en términos aceptables para Ucrania y que Putin no siga escalando el conflicto”.
Pero esas posibilidades se alejan por el pronunciamiento de Biden: si Putin tiene todo para perder, está libre de hacer lo que quiera. Y además confirma su drástica presunción: Estados Unidos quiere su derrocamiento y un cambio sistémico en Rusia. Biden mostró sus cartas.
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