Ensalada rusa con crema americana
La cosmovisión miope y fascista de la elite burocrática norteamericana detrás de la brutal agresión a Ucrania
Mientras acumulo lecturas y visualizaciones que reflejan la legítima indignación y estupefacción de los medios de comunicación y columnistas más prestigiosos e influyentes del globo, respecto de la zarista agresión militar de Rusia a Ucrania, no deja de llamarme la atención todo el contexto que no se informa. Sin ese contexto, es imposible que la ciudadanía entienda mínimamente que lo que estamos viviendo no es tan simple como la última locura de Vladimir Putin.
Le invito a sumar algunos matices fundamentales que es imposible encontrar en los medios hegemónicos.
El colega español Rafael Poch –no pertenece al comunismo internacional– describe con didáctica y resumida maestría la base del conflicto geopolítico en los primeros dos minutos:
Otra: vale la pena ver Estados Unidos a la conquista del Este, cristalina y contundente narración que evidencia cómo Washington impulsó las revoluciones de colores en los ‘90 para resquebrajar la influencia de Moscú en los países que estaban dentro del Pacto de Varsovia. Vean cómo organizaron, formaron y financiaron a los jóvenes de aquellos países para derrocar a los gobiernos que les resultaban incómodos. Los reemplazantes siempre juegan para ellos.
Es glamoroso ver cenar a esa juventud revolucionaria a cuenta de Washington en algún país de Europa del Este, mientras se prometen derrocar hasta al gobierno de Cuba con su colorida fórmula.
Una más: el testimonio de una eminencia en la materia, el ex embajador estadounidense en Moscú Jack F. Matlock, quien asegura que esta crisis era previsible y evitable con Rusia dentro y no fuera de un sistema de seguridad europeo tras la caída de la URSS. Además nos recuerda algo que suma 30 años más a la afrenta, al traer a colación la famosa crisis de los misiles de octubre de 1962. ¡Ya en 1962 Moscú le exigía Washington que retire sus misiles de Turquía para poder cimentar una coexistencia pacífica! Por supuesto, nunca ocurrió.
Me gustaría valorar algunos elementos adicionales, como por ejemplo la actuación política de Victoria Nuland, destacada burócrata estadounidense y principal operadora en los asuntos concernientes al viejo continente y más específicamente a Ucrania.
Nuland visitó tres veces en cinco semanas a los opositores que buscaban el derrocamiento del Presidente pro-ruso Víktor Yanukóvich a inicios de 2014. No fue la única en reunirse con esos luchadores por la libertad y la democracia con forjadas bases ultraderechistas; antes y después también visitaron Kiev el canciller de Barack Obama, John Kerry, y el aspirante a la presidencia y cuasi eterno senador republicano John McCain.
No es la oportunidad para ampliar el relato hasta las visitas de apoyo de McCain a los líderes terroristas del Estado Islámico en Siria. Quisiera dejarles el link de varios sitios rusos que publican las fotos, pero Google ha decidido censurarlos. Ya no tenemos el derecho de acceder a fuentes de información que no sean las que Google considere correctas. Igualmente, si alguien tiene interés en verlas puede escribirme y yo se las busco, porque en algún lado las tengo publicadas.
La cosa es que después de llevarles bolsas de pan a los manifestantes que luchaban por la caída del Presidente pro-ruso en Kiev (también sobran las fotos), Nuland regresó a Washington y casi sin dormir asistió a un foro financiado por la petrolera Chevron donde agradeció el apoyo de esa y otras prestigiosas empresas a sus actividades.
Se puede apreciar su discurso en ingles aquí:
Es interesante escuchar a Nuland, quien entonces era subsecretaria de Estado para esa región, hablar sobre la democracia, el crecimiento y el libre mercado en Ucrania mientras afirma que la única opción para lograr esos objetivos pasa por un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional. Además afirma que, desde la caída de la URSS, Estados Unidos invirtió 5.000 millones de dólares “para perseguir objetivos democráticos y promover la participación y el buen gobierno con la única pre-condición de que los ucranianos logren sus aspiraciones europeas”.
Una enorme billetera para sacar a Kiev de la influencia de Moscú.
Los métodos que utilizan son casi calcados en todo el mundo. El proceso golpista de Ucrania se parece tanto al que aplicaron pocos años después contra nuestro vecino Evo Morales que da calambre; y cuando Nuland habla de la necesidad del FMI para Ucrania pensaba… ¿Maurizio (Verbitsky dixit) habrá recurrido al Fondo por iniciativa propia o el reingreso de este organismo a la Argentina fue parte de una agenda que le “sugirieron” desde el norte?
George W. Bush y sus halcones pensaban y declaraban que los Tratados de Libre Comercio eran un asunto de seguridad nacional para Estados Unidos. La presión que había no era chiste. Ahora no lo declaran, pero la lógica y los efectos son los mismos: hacen entrar al FMI y los países pierden su soberanía económica a favor de ellos. Con matices, por supuesto, pero en líneas generales eso es lo que sucede.
Vuelvo a Nuland, que es demócrata pero no ortodoxa; su marido es Robert Kagan, uno de los cerebros de un núcleo neoconservador que a fines del siglo pasado ideó el Proyecto para el Nuevo Siglo Americano. Allí destacaba también el Vicepresidente de George W. Bush, Richard Cheney; su principal y más brillante elaboración teórica fue la imperiosa necesidad de invadir Irak. Cuando llegaron a la Casa Blanca, inventaron la causa que por supuesto contó con la inestimable colaboración de los más prestigiosos columnistas y medios de comunicación del mundo libre.
Vale mucho la pena ver la película Vice, donde se describe de manera notable la construcción simbólica y política de estos personajes.
Volvamos a Ucrania
En diciembre de 2013 McCain visitó a los indignados de Kiev. Entre ese mes y enero, lo hizo tres veces la vicecanciller Nuland y a principios de marzo el canciller Kerry con una promesa de mil millones de dólares. El pro-ruso Yanukovich había sido derrocado el 22 de febrero.
Pocos días antes, Nuland se comunicó telefónicamente con el embajador estadounidense en Kiev y comentaron quién debía reemplazarlo.
Aquí puede escucharse desde el minuto 1.03:
Es bastante gráfico el modo en el que la funcionaria nombra a los líderes de la oposición ucraniana.
Es como si estuvieran a punto de derrocar a Alberto y el subsecretario Michael Kozak se comunicara con el embajador Stanley y le dijera textualmente: “No creo que Lilita tenga que asumir funciones de gobierno, es Pato la que está mejor preparada”.
Por supuesto que a todas esas millonarias movidas en Ucrania que derivaron en un cambio indeseado de gobierno, Moscú las calificó como un golpe de Estado; y por supuesto que Washington dice que no lo hubo. Como siempre, es difícil que Estados Unidos admita que organiza, financia o apoya un golpe de Estado.
Nueve semanas más tarde del golpe anti-ruso, el FMI informó la aprobación del “rescate” de Ucrania mediante un préstamo de 17.000 millones de dólares. A cambio le “impuso duros recortes”.
Fueron estos eventos los que desataron la adhesión (o anexión, según quien lo valore) de Crimea por parte de Rusia.
Desde entonces nada ha hecho retroceder (más bien todo lo contrario) la expansión de la OTAN en Europa.
Me pregunto cómo reaccionaría Washington si Putin emplazara 40.000 soldados en el desierto de Sonora, o una base misilística en Vancouver.
La respuesta es muy simple porque ya vimos cómo reaccionó durante la crisis de los misiles. También es muy buena la película sobre esa crisis que su protagonista Kevin Costner pudo ver junto a Fidel Castro en La Habana.
Desde mi perspectiva, no hay justificación ninguna para la brutal agresión militar que Putin y su administración han lanzado en contra de Ucrania; pero la cobertura dominante del conflicto es un insulto a la inteligencia. Demasiado cinismo.
Personalidades poderosas e influyentes como las mencionadas –Victoria Nuland, Robert Kagan o Richard Cheney– son depositarias y continuadoras de una larga tradición estadounidense; se inspiran en un supuesto “destino manifiesto “, base de su supuesta superioridad frente al resto de los mortales. Esta construcción simbólica los habilita a sentirse responsables de establecer las pautas de convivencia dentro y fuera de sus fronteras.
Es esta esfera de superioridad la que en definitiva impulsa a esta burocracia de elegidxs a querer imponer su modelo, a irrespetar y a perseguir cualquier intento de soberanía, sea el de una potencia como Rusia o el de cualquier nación periférica.
Yo le pregunto, apreciadx lector/a: ¿Qué separa conceptualmente a estxs seres superiores predestinados para gobernar al mundo de aquellos que quisieron imponer la idea de superioridad de la raza aria?
Puede afirmarse que desde 1962 Moscú insiste –no me animo a decir implora, pero casi– en no ser cercado militarmente por Estados Unidos y sus potencias aliadas.
Es muy probable que alguien aguante años y hasta décadas de abusos de cualquier índole… y también es muy probable que en algún momento reaccione; la lógica podrá aplicarse de manera individual o colectiva.
Vale la pena repasar el último intento ruso de diciembre pasado.
No identifico a Vladimir Putin como a un líder o dirigente que pueda promover un mundo mejor ni más justo y la incursión en Ucrania me parece repugnante, pero la responsabilidad principal de la crisis militar que afronta la humanidad en este momento no está en Moscú sino en una élite burocrática portadora de una cosmovisión miope y fascista cuyo epicentro es Washington.
No exagero: una cosmovisión supremacista es una cosmovisión fascista.
Mientras esta realidad no se altere y unxs señorxs con tanta capacidad económica y militar sientan que tienen la potestad y el deber de avanzar sobre las aspiraciones soberanas de las naciones que no se someten a sus lineamientos, las posibilidades de modelar una comunidad internacional cuanto menos sensata es una utopía.
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