Violan porque pueden

La normalización social de la violencia sexual detrás de la violación en patota en Palermo

 

A pocas cuadras del Palacio de Tribunales, en el microcentro porteño, una piba con uniforme de colegio secundario mordiéndose el labio inferior con furia saca una foto con su celular a tres carteles pegados en la fachada de un edificio que dicen: “Todas tenemos una amiga que sufrió abusos. Pero ninguno tiene un amigo abusador. No dan las cuentas”. Dos varones de la misma edad pasan caminando a su lado. Charlan del inicio de clases. No la registran. Ni a ella, ni a los carteles que fueron colocados luego de que trascendiera el pasado lunes una violación grupal a una chica de 20 años, a la luz del día y en pleno barrio de Palermo.

Mientras tanto, en la tele, la abuela de uno de los acusados asegura que su nieto “no violó”, que “estaba dormido en el asiento de atrás del auto”. Lo describe como “normal”, “un adolescente tardío e incapaz de hacer algo malo a nadie”. Enfrente del domicilio familiar, alguien pintó el apellido del joven junto a la palabra violador. “Nos quemamos las manos tratando de sacar esa pintada. Es una mentira”, dice la mujer, incrédula.

En las redes sociales comparten la noticia de la violación colectiva. La mayoría de los usuarios la repudian. Describen a los jóvenes como “monstruos”, “enfermos”. Hablan de ellos con ajenidad. Piden su encarcelamiento de por vida. Un canal de noticias entrevista a la panadera que rescató a la joven y llamó a la policía. Ella afirma con vehemencia: “Los hombres actuaban como animales”.

Un tuit de la ministra de Mujeres, Géneros y Diversidad, Elizabeth Gómez Alcorta, genera revuelo: “Es tu hermano, tu vecino, tu papá, tu hijo, tu amigo, tu compañero de trabajo. No es una bestia, no es un animal, no es una manada ni sus instintos son irrefrenables. Ninguno de los hechos que nos horrorizan son aislados. Todos y cada uno responden a la misma matriz cultural”. Varios tuiteros hombres se enojan por sentirse apuntados. Un comunicador se muestra espantado por la declaración de la ministra y dice “no todos los hombres son violadores”. Pronto se suma la presidenta del Pro, Patricia Bullrich. Aporta más confusión al decir que “el gobierno justifica al que viola” y pedir la renuncia de Gómez Alcorta.

El caso de la violación grupal echó luz sobre un incómodo debate, histórico en nuestra sociedad, respecto a los violadores, su origen y su lugar en el entramado social. Al igual que ocurre con los genocidas de la última dictadura cívico-militar, el horror muchas veces los ubica por fuera de nuestra sociedad y le quita a ésta responsabilidades. El abuso colectivo en Palermo es una manifestación de la “cultura de la violación” que se extiende hace años en nuestro país y en el mundo. Este término se acuñó en 1970 durante la segunda ola feminista y señala la normalización social de la violencia sexual. En un sistema de relaciones patriarcales, la violación aparece como la manera más extrema de manifestar el poder masculino sobre el femenino, por detrás de los femicidios. Seis hombres violan a una joven que estaba drogada, a la tarde, en medio de un barrio residencial muy transitado, que en apariencia cuenta con mucha seguridad, un día feriado, a los ojos de todos, con plena impunidad. ¿Por qué lo hicieron? La respuesta es porque pueden. “Las sociedades patriarcales habilitan a los varones a sentirse dueños de los cuerpos de las mujeres, niñas, niños, adolescentes, y todos aquellos cuerpos que socialmente se califican como subordinados, como pueden ser los de las personas trans, travestis, no binarias, etcétera”, explicó el médico psiquiatra, especialista en violencia y nuevas masculinidades Enrique Stola.

En la misma línea, la asesora presidencial Dora Barrancos advirtió que la violación en patota de Palermo muestra que estos delitos no solo ocurren “en lugares periféricos” sino que pueden ocurrir “en cualquier lugar de nuestra sociedad”. Y continuó: “Esta acción es del orden del ejercicio de la patrimonialidad más rotunda sobre los cuerpos femeninos. El dominio patriarcal se ve en todo y cualquier sector social de nuestra sociedad”.

 

 

 

 

 

Masculinidades hegemónicas

“La culpa no era mía, ni dónde estaba ni cómo vestía”, dice la canción del grupo chileno Las Tesis que fue apropiado como himno por miles de mujeres alrededor del planeta.

El debate sobre la violencia de género recayó históricamente sobre el rol de las mujeres y diversidades de género. Se señala cómo deben vestirse para no ser acosadas, se cuestiona por qué estaban solas cuando las atacan en las calles, si prestaron o no consentimiento, si se “expusieron” a ser violadas, si se cuidaron. Escasas veces el eje está puesto en los varones. Pocos nos preguntamos qué pasa con los varones, sobre sus responsabilidades, cómo se interpelan entre ellos ante las múltiples situaciones de violencia. Parecen no ser parte del problema.

Luciano Fabbri, integrante del Instituto de Masculinidades y Cambio Social y coordinador del Área de Género y Sexualidades de la Universidad Nacional de Rosario, asegura que en el caso de las violaciones “no se trata de comportamientos aislados ni patológicos. Las violencias de género responden a un sistema social donde los varones son socializados para creer que pueden disponer de las mujeres, de sus cuerpos, hasta de sus vidas”. “Para alcanzar las posiciones de jerarquía que el mandato de masculinidad demanda a los varones para ser reconocidos como tales, se ponen en juego prácticas que violentan a las mujeres y diversidades sexuales”, explica.

No se trata de estigmatizar a los varones sino de modificar el enfoque para abordar las masculinidades y diseñar políticas de género que los contengan. Para eso Fabbri propone “desarrollar propuestas pedagógicas, culturales, deportivas, de empleo, salud y seguridad. Para erradicar una relación de violencia hay que trabajar con todos los actores que la integran”.

Por su parte, Stola afirmó que “el varón ha sido atravesado históricamente por un sentimiento de poder e impunidad, siente que puede ser el dueño de esos cuerpos. Se puede ser de clase media, ser instruido, no tener antecedentes penales, como en este caso, y actuar como machos violentos”.

Andrés Arbit, co-creador de Privilegiados, señaló que para desandar las estructuras machistas hay que empezar por dialogar. “Son importantes las charlas, la educación familiar y ‘parar el carro’ entre nosotros. Empezar a hacernos preguntas sobre nuestro rol en todo esto, en los grupos de WhatsApp entre amigos y dejar de festejar los chistes machistas”.

Según los testigos, durante la violación de Palermo había dos jóvenes actuando como “campana” afuera del auto mientras adentro otros sometían a la chica. Ninguno cuestionó lo que hacían y luego los seis se negaron a declarar ante el juez Marcos Fernández, a cargo del Juzgado Criminal y Correccional 21 que lleva la causa. Siguen sosteniendo un pacto de silencio entre varones.

Pero no alcanza sólo con que los varones comiencen a ser parte de la discusión. La sociedad toda debe preguntarse cómo reproduce en todas sus capas esta masculinidad hegemónica violenta. El psiquiatra reflexionó: “Cuando ocurren episodios como el de Palermo la sociedad parece espasmódica. Hay indignación, piden pena de muerte pero cuando el tema deja de ser mediático gran parte de la sociedad se va a oponer por ejemplo a la Educación Sexual Integral (ESI) y va a tener un rol activo en el sostenimiento de la cultura de la violación”.

 

 

Los seis acusados se negaron a declarar ante el juez.

 

 

 

¿Qué pasa con laJusticia?

En 2019 una joven denunció que cuando tenía 16 años –en 2012– fue víctima de una violación grupal frente a Playa Unión, en la ciudad de Rawson, Chubut. El fiscal de la causa, Fernando Rivarola, calificó a la violación como un “desahogo sexual”. Intentó que se realice un juicio abreviado por “abuso simple”, delito excarcelable y que establece una pena máxima de tres años de prisión en suspenso, pero la querella, a diez años de ocurridos los hechos, logró que se iniciara el debate oral el pasado 21 de febrero.

Un jurado popular de Mar del Plata declaró en septiembre de 2021 “no culpables” a Lucas Pitman, Tomás Jaime y Juan Cruz Villalba, imputados por violar a una adolescente de 14 años en el camping El Durazno de Miramar en 2019. Aseguraron que no había pruebas. La víctima debió apelar y en diciembre de 2021 un fallo del Tribunal de Casación anuló el veredicto y ordenó realizar un nuevo juicio, con otro jurado. La adolescente deberá transitar nuevamente el tortuoso proceso de relatar cómo la violaron.

El próximo 15 de marzo comenzará en los tribunales de San Martín el juicio a Eva Analía De Jesús, conocida como Higui. En octubre de 2016, Higui fue a visitar a su hermana al barrio Lomas de Mariló y un grupo de hombres intentó violarla. Fue un intento de violación “correctiva”: hacía meses que la hostigaban porque era lesbiana. Llegaron a quemarle la casa y a cascotearla. Aquel día de octubre la atacaron, rompieron su ropa y la golpearon. Higui se defendió y mató a Cristian Rubén Espósito. La fiscalía nunca investigó cómo fueron los hechos, ella estuvo detenida ocho meses y hoy padece consecuencias psicológicas por lo ocurrido. “Si se hubiera aplicado la perspectiva de género Higui hubiera sido absuelta y no estaría enfrentando un juicio oral. Enfrentar todo este proceso judicial es para ella una pesadilla”, aseguró a El Cohete a la Luna su abogada Gabriela Conder.

En la Argentina no hay estadísticas oficiales sobre los delitos sexuales a nivel nacional. Al ser delitos ordinarios, son tramitados por la justicia local y se complejiza la elaboración de estadísticas unificadas.

En 2019, la Unidad Fiscal Especializada en Violencia contra las Mujeres (UFEM) realizó un relevamiento de fuentes secundarias sobre violencia sexual en todo el país y concluyó que los casos representan el tipo de delito con más bajo nivel de judicialización en el país. Según la Encuesta Nacional de Victimización, realizada cada año por el INDEC y el Ministerio de Seguridad de la Nación, el 87,4% de las víctimas manifestó no haber denunciado el hecho padecido. El nivel de sub-denuncia sólo es superado por los delitos de soborno.

La titular de la UFEM, Mariela Labozzetta, explicó a este medio que hay “una desconfianza en la justicia. A una situación muy pesada emocionalmente para quien tiene que denunciarlo se suma que cuando el caso llega a la justicia se pone en duda la palabra de la víctima. Se somete a las víctimas a revictimizaciones tremendas y muchos casos quedan impunes”.

Al ser la mayoría delitos de instancia privada son difíciles de probar. “El caso de la violación en Palermo tiene una serie de características que lo alejan de los clásicos delitos sexuales. En general no hay testigos, no hay pruebas, no hay cámaras que hayan grabado el abuso, sólo la palabra de la víctima, por eso los casos fracasan y quedan en la nada. En este caso los violadores fueron encontrados in fraganti, sus identidades están detectadas, hay testigos y la víctima se hizo los análisis en el momento. Es de suponer que se elevará pronto a juicio y serán condenados”.

Labozzetta reconoce que hay una tarea a muy largo plazo de deconstrucción del tejido social pero advierte que la justicia debe hacer algo inmediato. “Debe reducirse la impunidad de los delitos sexuales y su alto índice de archivo y subdenuncia. Tenemos que lograr que la justicia sea un espacio al cual las personas confíen y acudan”.

Sin embargo, la funcionaria comparte la mirada con un gran sector de doctrina jurídica feminista que afirma que el aumento de penas no mueve la aguja de los delitos sexuales. Lo que hay que mejorar es la eficacia del sistema de justicia: que sea eficiente en la investigación de los casos de esta gravedad, receptivo de las víctimas y se convierta en un proceso reparador para ellas.

 

 

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