Los sospechosos de siempre

Los trucos de la policía en las ruedas de reconocimiento de personas

 

Las películas repiten la escena una y otra vez: se hace pasar a la víctima o al testigo a una sala con un vidrio espejado donde, del otro lado, hay una fila de cuatro personas de similares características con un cartel numerado del uno al cuatro, entre las que se encuentra el sospechoso. Previo a observar la formación, se le pide a la víctima o testigo que realice una descripción detallada de las características que recuerda del posible autor del delito. Luego se le hace mirar la formación a través del vidrio a fin de que manifieste si entre las personas que se le exhiben está –o no– a quien antes describiera. Si se encuentra presente, se le pide que diga en voz alta el número. Entonces, se le hace dar un paso al frente al señalado.

La persona hasta entonces sospechada puede ser reconocida –o no– en la rueda. Todo dependerá de que el testigo tenga buena memoria y la reconozca entre los otros miembros de la fila. Si efectivamente la reconoce, se confirmará la sospecha judicial, lo que implicará aumentar la prueba de cargo en su contra. Si no la reconoce, o se equivoca de persona, no se confirmará la sospecha. Lo que puede llevar a una falta de mérito, sobreseimiento y la libertad.

 

***

 

Un mediodía de octubre de 2012, P, de 17 años, había sido detenido por un robo a una peluquería de Villa Arguello.

Una persona había ingresado con un arma de fuego al comercio y a los gritos había trabado la puerta. Pidió billeteras, celulares, recaudación y, en pocos segundos, salió corriendo. Tras el llamado de rigor al 911, se brindaron las características del ladrón. La Policía rastrilló la zona y no encontró a nadie similar. Pero por el testimonio de identidad reservada que los inspectores habían recibido a escasa media hora de ocurrido el hecho, se pudo establecer que un adolescente de nombre P, con varias caídas policiales, “no sería ajeno al hecho, y moraría en una vivienda cercana”. Eso bastó para que el fiscal y el juez ordenaran allanamientos y detenciones.

Por la tarde recibí un llamado donde me informaron que había sido designado defensor de P. Lo visité en la comisaría y me explicó que no tenía nada que ver con el episodio, y que lo estaban implicando porque el comisario ya le había dicho que no se lo quería cruzar en la calle y que tarde o temprano lo iba a meter preso.

Si lo que me decía era verdad o mentira se iba a confrontar con la diligencia de reconocimiento de personas dispuesta por el fiscal para el día siguiente en la Dirección Departamental de Investigaciones Policiales, más conocida como la DDI de La Plata, en calle 61 entre 13 y 14. Le expliqué a P cómo iba a ser el acto de prueba y le dije que tenía que estar bien despierto, observar en detalle cada paso y que no me iba a ver porque yo iba a estar controlando todo desde el otro lado del vidrio espejado.

 

***

 

Todo el tiempo ocurre un riesgo de desbalance de poder entre el abogado de pobres, su defendido y la fuerza del sistema. Eso es algo difícil de controlar, requiere de un aprendizaje. Si uno no está ducho en ciertas mañas, lo más probable es que alguien haga trampa y la rueda pase a estar cantada y de ese modo se selle el destino injusto de un inocente con causa armada.

Para “amañar” una rueda de reconocimiento se necesita: 1) Hacer que imputado y víctima se crucen en algún momento –en la comisaría, en el juzgado, en un traslado–, haciendo pasar ese cruce como meramente “casual”. En ese caso la rueda pierde toda eficacia como acto de prueba imparcial, pues la víctima ya sabe a quién debería reconocer. 2) Igual que en el supuesto anterior, pero exhibir una fotografía del sospechoso antes de ser realizada la rueda y exigirle al testigo que luego no cuente que vio esa imagen. Como eso implica un posible falso testimonio por parte del testigo, un buen abogado debe interrogarlo a fondo, además de pedirle que trate de recordar y describir con sumo detalle la fisonomía de la persona que va a reconocer. 3) Conformar la rueda con gente distinta, con distintas características, de modo de poner en evidencia y resaltar las características del sospechoso. Así, si de los cuatro componentes hay tres parecidos y uno distinto, todo queda a la vista para el testigo. Si todos están bien vestidos y uno sucio y zaparrastroso, también salta a la vista. Si tres tienen atados los cordones y a uno le faltan, se sabe quién está preso. Si todos miran al frente erguidos y uno mira el piso con los hombros caídos, el gesto delata. 4) Que al ingresar el testigo a la sala donde se hace el reconocimiento, detrás de la mampara o la mirilla alguien le haga un gesto o indicación del número que tiene que elegir sin que el imputado o abogado defensor lo vea o se percate. 5) Que el abogado defensor no esté presente en la rueda, algo que muchas veces ocurre.

“Si el boga no está, el sistema se come al pibe de un bocado”, es mucho más que una simple frase de pasillo en Tribunales.

 

***

 

Tres años antes, en septiembre de 2009, me había tocado un caso complejo. M era un pibe al que le imputaban un abuso sexual gravemente ultrajante. Fue un ataque rápido, en la calle, de noche. La víctima no había podido observarlo bien.

La Policía había detenido a M dos horas después a partir de las pocas características aportadas y a un kilómetro del lugar de los hechos.

Cuando asumí su defensa M me dijo que era completamente inocente. La rueda se llevó a cabo pocos días después, y el resultado fue positivo. M fue reconocido por la víctima, quien no dudó. Estaba segura de que él había sido su atacante.

En aquella oportunidad, algo se me había pasado por alto. Algún gesto o guiño para que la víctima lo marcara se me había escapado. Y de eso me di cuenta recién cuando se hallaron restos de semen en las prendas de la víctima y se hizo el cotejo con el ADN de M. El resultado fue negativo: su ADN no era compatible. Contundente. M era inocente, pero había estado preso tres meses en un infierno.

Yo era un novato y esas triquiñuelas para “cantar una rueda” se me pasaban por alto. Con el tiempo las fui aprendiendo, y las ruedas de reconocimiento se convirtieron en mi arte preferido.

Me convertí en alguien rápido y listo, al punto que a los policías no les gustaba mi presencia, ya que descubría sus manejos cuando su intención era engarronar a un pibe.

 

***

 

Llegué puntualmente a la rueda de reconocimiento de P y me fui a ver inmediatamente a los testigos para asegurarme que estuvieran en cuartos separados entre sí y que no se cruzaran con el imputado, que debía llegar al lugar sin ser advertido y con el rostro tapado.

Todo imputado tiene derecho a llevar gente con cierto parecido físico para la conformación de la rueda. Pese a que yo le había advertido a P de la importancia de avisarle a su familia y amigos para que trajeran muchachos parecidos a él, se había despreocupado del tema y estaba desesperado porque la Policía había llevado a personas petisas, morochas y bastante morrudas, todo lo contrario de su estética: alto, flaco, desgarbado, de pelo teñido de rubio. La rueda estaba cantada de antemano.

De inmediato llamé al fiscal que había delegado el acto en la DDI sin su presencia, y le exigí otra conformación. Entonces salieron a buscar personas similares a P. En estos casos, la Policía se convierte en un escuadrón de búsqueda. A veces tardan bastante, otras son rápidos y saben dónde y cómo encontrarlas. Depende de las circunstancias. Con la excusa de la obligación legal de todo ciudadano de colaborar con la justicia, muchas veces aprovechan esa mínima concesión para levantar gente al voleo por la calle sin brindar demasiadas explicaciones.

Así ocurrió. Trajeron a dos poco parecidos, con pelo castaño claro, y a un rubio (no teñido como P) al que reconocí al instante. ¡Mi amigo de la infancia! ¡El Rafi!, Rafael, a quien no veía desde hace bastante tiempo.

La Plata y alrededores tienen una gran densidad poblacional y la Policía justo había elegido a una persona que yo conocía… “Me levantaron, Julián”, me dijo enojado Rafi, pidiéndome alguna explicación por esa demora que para él era un atropello.

Traté de calmarlo, y quedamos en hacer luego una denuncia. No me quedaba claro si era producto del azar o la Policía estaba haciéndome alguna extraña jugada que no terminaba de entender.

P estaba conforme con la fila: visto del otro lado de la mampara, esta vez se disimulaba un poco su presencia. Al hacer pasar a los testigos de a uno, todos fueron señalando a Rafi como el autor del robo en la peluquería. Lo hicieron hacer dar un paso al frente y su rostro desencajado miró el vidrio tratando de encontrar una explicación al asunto.

Cuando estábamos cerrando las actas con el resultado negativo de la rueda de reconocimiento, escuchamos el ruido de bombos en la puerta de la DDI. Estaba la gente de la UOCRA reclamando la libertad de los otros dos jóvenes demorados, que habían traído casi de los pelos desde una obra en construcción.

–Tranquilo, Rafi, no vas a quedar en cana –le dije, intentando calmar a mi amigo.

En cambio, P estaba eufórico, Ya sabía que esa tarde iba a recuperar la libertad.

 

 

 

* El autor es escritor y abogado.

 

 

 

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