Volver a la plaza
21 de noviembre de 2021. Historias detrás de la Plaza de la Militancia
Las noticias de la tercera ola me recuerdan a una de las insoportables bromas de mi padre: “¿Querés que te cuente el cuento de la buena pipa?” Ingenuamente siempre buscaba la manera de encontrar la respuesta que me saque de ese laberinto, en el que chocaba una y otra vez con el mismo comienzo. En la respiración de la calle del último 17 de noviembre tuve la certeza de que esa pesadilla por fin quedaba atrás. Juan, el personaje de la sonrisa de oreja a oreja, escuchaba al Presidente desde las escaleras de la Catedral. Le hablaba y le respondía a Alberto a los gritos, aunque Alberto estaba lejos y rodeado en el escenario de la Plaza de Mayo. Juan y cada una de las personas que volví a escuchar ese día, muchos con los barbijos hablándome al oído, son las manos y las redes de las que vuelvo a jalar para celebrar este comienzo de año y, claro, también aferrarme a cada mano, porque como dice la chica del final de esta crónica, la salida siempre es colectiva.
El niño se escabulle con la bandera. Su madre lo llama mientras se desprende de las caravanas que avanzan sobre Diagonal Norte y se abre camino entre las calles vacías del microcentro hacia Avenida de Mayo. ¡Vení, Javier!, le dice Romina a su hijo y a su bandera que anda a los saltos de aquí para allá como varita que desembruja tanto fantasma. Fratelli, Panetteria e café es uno de los nombres de esa ciudad que no está. Las tres persianas cerradas yacen bajo un cartel de alquiler de una empresa de negocios inmobiliarios que también tapa lo que alguna vez fue una tienda de golosinas o el local de un puesto de shawarma. Un bombo suena a lo lejos. Y para. Y vuelve a sonar. La marcha comienza. Es marcha de los retornos, también del retorno del pueblo al corazón político de la Plaza.
“Vengo a celebrar”, es lo primero que dice Romina. “Nosotros somos de clase baja, trabajamos en negro, mi marido es remisero, yo limpio casas de familia, pero también tenemos un plan social y ayudamos a los merenderos”. Romina, Javier y su bandera se suman metros más adelante a una de las columnas del Evita. “Para nosotros esto es una fiesta. Por Perón, por la vuelta después de dieciocho años de exilio, y porque lo del domingo no fue ninguna derrota”. La bandera pasa delante de una vieja galería de la calle Suipacha, desde donde dos hombres mastican rabia. El viejo no habla. El joven despotrica con eso de que nunca se fueron las marchas. “¡Acá hay marchas todos los días y así está este país!” La galería está desierta. Y ellos hablan de Cristina y de Macri, y del padre de Macri, que hizo negocios toda la vida con el Estado. “Acá, lo que ves en la vereda –explica el joven– son baldosas. Ahora, si querés ver una playa, podés ver una playa, pero lo que hay son baldosas, no es otra cosa”.
A las tres de la tarde, las caravanas convocadas a Plaza de Mayo ingresan como torrente desde la 9 de Julio. Los gremios entran con la bandera de la CGT por Diagonal Sur. Luego del remonte, Héctor Daer, Carlos Acuña y Pablo Moyano le pidieron a Juan Manzur un lugar destacado. Las banderas de la Martín Fierro, Nuevo Encuentro y La Cámpora avanzan por Diagonal Norte. Al medio arrancan las columnas del Movimiento Evita, esta vez, orondas en la explanada del centro. Se oye un silbato. Flamean choris a la brasa. Un saxo se ensambla con un redoblante. Y estalla un petardo. Sobre Avenida de Mayo dos pibes celebran a un viejo que baila solo. Va a la cabeza de una de las columnas. Mueve el cuerpo como los traperos de las barriadas del sur, sacudiéndose todo en pleno trance.
—Dale, perreá, ¡dale!
Dicen los pibes. Están parados al otro lado de la calle.
—¡Es el abuelo de L'Gante!
Aventuran. Y bailan a la par.
Los pibes montaron una carpa y vuelven por primera vez a Plaza de Mayo después de veintitrés meses de la última fiesta. Vienen de Ituzaingó. Son Mariano y Fernando. Colgaron fotos de un campeonato de fútbol relámpago al que le pusieron Mundialito Atahualpa, con el que andan sacudiendo el tiempo de los barrios. Llegan a una plaza cualquiera, un fin de semana, llaman a los pibes, los pibes se anotan, cierran las listas, y los ponen a jugar: toca el que toca, dice uno. Un pibe de un barrio con otro del otro barrio, no importa la edad, y con el partido te cae toda la gente. Los mundialitos mantienen la vida de una plaza despierta hasta las ocho de la noche. Los pibes tienen fotos de los últimos con mural de Maradona incluido. “El compromiso con todo esto apareció en 2008 –cuenta uno–, con los cortes de ruta y cuando vimos que las protestas dejaban cien litros de leche tirada. Ese es el momento en el que empecé, pero lo que realmente me terminó de comprometer fue la muerte de Néstor. Desde entonces no paré”.
Pasa una bandera de Hurlingham. Luego, una anciana menudita. Pasa una piba de rastas. Otra con jeans. Un pibe lleva remera de River. Otro, mochila sin marca. Pasa una remera de Nike. Y una pechera de la Corriente Clasista y Combativa, cuando la columna empieza a acercarse a la Plaza. Un bodegón abierto acomodó varias mesas en la vereda con pizarra y lista de precios. Mi sueño, parrilla al carbón, dice la parte de arriba.
Asado 500 pesos
Pollo 450
Bife 500
Mila al plato 400
Sobre otra persiana alguien dejó escrito un pedido: “Renunciá Quirós”. ¿Cuándo habrá sido? En una pared, un papel pegado dice que en esta marcha falta Tehuel de la Torre. De pronto se escucha una voz desde el escenario: “Se van sumando las columnas”. “Vamos a esperar hasta las cinco de la tarde las palabras del Presidente Alberto Fernández”, dicen arriba. Y piden: por favor, no se apretujen, todavía tenemos que cuidarnos, no se apretujen, miren que todavía hay lugar para el baile.
Y luego:
—¡Viva Perón!
—¡Viva Néstor!
Y sí, también dicen: ¡Viva Cristina!
Y en el encadenamiento de nombres y de historia, también gana espacio el Presidente.
¡Viva Alberto!— suelta el escenario. Y luego: “El amor vence al odio”.
Y en el aire estalla Gilda, que es baiiilllle, cumbia y fiessssta.
Deeeeeesde el primer díaaaa, supe que te amaba— suena la dueña del Corazón Valiente. La calle baila.
Y lllllora en secreto mi alma enamorada
Tu amor vagabundo no me da resssspiro
Porque sé que nunca, nunca será miiiío
Hay redoblante. Hay chori, chori y bondiola. Y sol picante. Una mujer habla. También es la primera vez que vuelve. Es de la tercera edad, dice, y era difícil socializar. Susana López, de Boedo, 61 años, uno menos que Cristina, se presenta. Con trajín en la calle desde los 16 años. “Siento alegría”, explica. “Alegría de haber resistido ese impulso golpista que se precipitaba al salir de las PASO. Y ahora abrigo la esperanza de que no van a volver, no van a volver para endeudarnos ni a ponernos de rodillas. Yo sé que falta, y falta mucho, pero muchas veces también me pregunto cómo funciona la memoria de nuestro pueblo, que puede borrar tan fácilmente los despidos, las fábricas cerradas, la falta de futuro para todos”. Un niño usa la caña de una bandera sin bandera como telescopio. Estación Perú, Línea A del subterráneo. Las rejas están rodeadas de caminantes. El niño trepa su telescopio hasta lo más alto, por delante pasa la bandera de la Juventud Comunista Revolucionaria. Gilda sigue sonando.
Bebí tu veneno y caí en la trampa
Dicen que lo tuyo no es más que una hazaña.
Juan Venturini empezó a prepararse para la Plaza antes del resultado del domingo, apenas supo de la marcha. Viejo militante del gremio gráfico bonaerense, de la época de Raimundo Ongaro en la CGT de los Argentinos, no abandonó la pelea desde el Cordobazo. “Esto es un acto de reafirmación del proyecto nacional y popular”, dice. “Es momento de acumulación de fuerzas contra toda la ofensiva derechista que hemos venido sufriendo. Me parece muy importante, sobre todo, me parece un gran acierto haber convocado a este acto con anticipación al resultado electoral como reafirmación de la voluntad de la militancia de resistir a la presiones”. Y desde donde está mira, y lo que ve es una primera movilización unitaria desde el comienzo de la pandemia porque el 17 se hicieron dos actos, dos movilizaciones separadas. Esta es la primera y supone que puede augurar buen futuro. “Lo que veo es la alegría de la gente. Y creo que es el único lugar del mundo donde se festeja, se celebra, aún un resultado negativo”.
El escenario recuerda a otras Plazas. Es la misma Plaza de 1972, dicen. Es la Plaza de las Madres de la resistencia con los pañuelos blancos, dicen. Y agregan: “¡Cuántas celebraciones!” La línea de tiempo pasa rápido al presente de la peste y agradece a los artistas refugio en los tiempos oscuros. “¡Viva la Patria!”, dicen. “¡Viva Perón!”, dicen de nuevo. Y luego, estamos todos: es la Plaza de la unidad. “¡Corran las banderas! No las bajen, eh. ¡Acá no bajamos las banderas! Pero corran, las movemos para vernos mejor, no las bajamos”. Llaman a un Dj. Y el escenario dice:
—Se armó un pogo peronista.
Clara busca a unos amigos trabados en el Obelisco. “No podía quedarme en mi casa”, explica. “Postergué mi sesión de terapia y todo lo que tenía a las cinco de la tarde porque me parecía muy importante estar acá, no me lo podía perder. ¡No me lo perdí el 17 de noviembre de 1972!”. Aquel 17 de noviembre ella militaba en una fábrica de Lanús, subió a un colectivo, cruzó a la Capital y avanzó hasta que llegó un momento en el que todos empezaron a caminar, llovía y los reprimían. Volvieron llorando. Desde entonces hasta ahora, dice Clara, a pesar de que al peronismo lo dieron por muerto varias veces, seguimos, antes y ahora. Socióloga, también otea la calle. “Hay muchísima gente –dice–, es todo muy popular, mucha heterogeneidad, mucha gente sola, porque voy mirando, y muchas agrupaciones, en Avenida de Mayo todas las organizaciones sociales, mucha alegría, creo yo”. Una mujer acompaña a dos señoras grandes que viajaron desde la Provincia. Se sacan fotos en el centro de la Plaza. Otra está parada con el mismo cartel que hizo para la convocatoria del 17 de Octubre de Hebe de Bonafini. Ahora vino a festejar la militancia, pero también a pedirle al Presidente que cumpla con las atribuciones que, según dice, le otorga la Constitución: que libere a Milagro.
El escenario sigue. Sí, ahora ssssí, se escucha:
—Llegó el momento tan esperado, le damos la bienvenida allll Presidente Alberto Fernández.
A lo lejos andan Máximo Kirchner y Mayra Mendoza. Alberto mandó a levantar las sillas que estaban alrededor del palco porque quería encontrarse directamente con la gente. Un señor estiró una tela para vender fotos en la calle. La tela sostiene como un altar imágenes de todas las Evas y CFK. Un pibe sobre Diagonal Sur camina con una camisa que dice “Orgullo de ser Camionero”. Pasan banderas de Forja, de la CTA y la Juventud Sindical. Dos pibes toman algo en una mesa que alguien puso en la esquina del INDEC. Agustín Rossi se abre paso atorado en el Cabildo, entre selfies y barbijos. Un globo vuela con el nombre de Massa. Un take away colocó en el techo del local guirnaldas mexicanas, que también exorcizan a la muerte.
“¡Después de tanto tiempo sin vernos!”, dice Alberto. Y la calle clama. “¡Feliz día de la militancia, compañeros!” Y estalla el primer aplauso. “Perón esperó 18 años el tiempo de volver a su Patria y aquel 17 de noviembre, cuando volvió, millones de argentinos, como hoy se movilizan acá, fueron a recibirlo para que cuando pisara tierra argentina hubiera argentinos abrazándolo”. Agradece a “cada compañero y a cada compañera militante, de cada barrio, de cada pueblo, de cada ciudad, de cada provincia” que se movilizaron tras la derrota de las PASO. Dice que empieza una segunda etapa. Y, entonces, comienza el diálogo con la calle. “Pero yo quiero decirles a todos y todas, porque en estos días, venimos leyendo, escuchamos la radio y miramos en televisión, una pregunta repetida. Dicen: ‘¿Y si perdieron, qué celebran?’ Bueno a cada uno de ellos, a ustedes, compañeros, quiero decirles que nunca olviden que el triunfo no es vencer, sino nunca darse por vencido”.
La gente aplaude. Pasa el chori, chori y bondiola. Una mujer reparte volantes en las escalinatas de la Catedral: “Vuelve Palermo K”, dicen los papeles. Las escalinatas todavía tienen espacio. Una jueza del Trabajo aplaude. Y un hombre afina las orejas todo lo que puede. Alberto sigue.
“Con dolor, con mucho dolor he visto, durante toda la semana anterior, cómo se prepararon para que esta semana sea un estallido en la Argentina. Todos vimos cómo especularon con el dólar, todos lo vimos. Todos vimos cómo nos avisaron que iban a terminar con las indemnizaciones para los despedidos. ¿Todos lo escucharon, no?” –dice, y la Plaza responde.
“Todos soñaron con boicotear la presidencia de la Cámara de Diputados. ¿Todos lo vimos, no?”.
Y la Plaza responde.
“Hasta hubo un presunto periodista, de uno de esos grandes diarios argentinos, que se animó a decir que esta semana iba a haber una asamblea legislativa para instituir un nuevo Presidente. El Presidente está acá, y es el que eligió el pueblo argentino en diciembre del 2019”.
La jueza sonríe de oreja a oreja. Dos señoras cuchichean algo del hijo de Viale, que está re-caliente. Y el hombre salta en las escalinatas.
—¡Eso, papá!— grita.
Los globos suben más alto. La mujer de los volantes deja de repartir. Alberto dice que hay que hacer crecer al campo. Y ahí, Juan no dice ni mu. Alberto dice que las fuerzas de seguridad persigan al delincuente. Y Juan masca un chicle. Y luego, Alberto dice Macri y dice Milei, y Juan aplaude. Dice salarios y sueldos, y la señora de los volantes empieza otra vez el reparto. “Por eso les pido a cada uno de ustedes que hoy mismo puedan ir a las unidades básicas”, dice Alberto. “Vuelvan a poner mesas en las calles, vuelvan a convocar a los ciudadanos y ciudadanas, díganles que hay una Argentina que está por construirse, y que tienen un gobierno y un Presidente y una Vicepresidenta que quieren trabajar en el mismo sentido", convoca casi al final. Y, ahora, Juan aplaude como loco.
“Soy militante de toda la vida”, dice Juan Álvarez al final. “Lo único que quería hoy era escuchar. La verdad. Uno hace presencia porque lo lleva en el alma, porque es de abajo, porque sufre cuando sufren los demás. Entonces viene a escuchar algo que el Presidente, espero, me lo haya dado, me confirmó algo que pude interpretar: que las cosas ahora van a ir en serio. Y estoy dando esa posibilidad porque necesitamos profundizar esto para que no se rompa el Frente. Esto es lo que creo, en mi humilde opinión, simplemente es un pensamiento. Y la verdad es que si el día de hoy, que es tan histórico, no aprendemos nada, estamos fritos”. Juan habla también de las otras palabras finales. Alberto habló como presidente del PJ, del PJ como parte del espacio del Frente de Todos, habló del nuevo tiempo, de debates, de no más silencio, del cara a cara. Y de empezar a mirar el 2023. “Tenemos que hacer lo necesario para que en el 2023 aseguremos un triunfo rotundo”, dijo. Y después: “Yo les pido que recuerden, nadie nos ha vencido, sólo es vencido el que pierde sus ganas de luchar. Con esas ganas de luchar salgamos de aquí a convencer a todos, a todas, somos el Frente de Todos y Todas, todos y todas hacen falta. Nadie nos ha vencido”.
La jueza no se va. “Mi viejo era laburante”, cuenta. “Metalúrgico en los talleres de San Martín, en el '45. Hizo el 17 de Octubre. Yo soy un producto neto del peronismo. Soy egresada de la universidad pública. A mí no me tocaba ser profesional, y soy jueza de la Nación”. La mujer que se sacó fotos durante la tarde con dos señoras muy grandes dice que vinimos por esto: “Queríamos acompañar a nuestro gobierno para que nuestro país salga adelante. Yo sé que hay una pandemia y no ha sido fácil para nadie, pero no tenemos que permitir, bajo ningún concepto, eso de que el lunes habría un cambio de gobierno. ¡No! De ninguna manera. Desde mi modesta opinión, creo que hay que trabajar de ahora hasta el 2023, pero desde ahora, más que nunca, para sacar a nuestro país adelante”.
—¿El domingo hubo una derrota?
—Para mí no fue una derrota, para nada, tenemos gobierno por dos años.
—¿Alberto?
—Lo vi bien, el tipo está plantado.
A unas cuadras, Ana, Pablo, Juana, de dos años, y las bicicletas de Nicolás y Manuel arman una ronda en la calle. Ana y Pablo salieron de Ensenada a las corridas después del trabajo. Llegaron a la Plaza cuando el escenario dijo “gracias, Presidente”. No llegaron a escuchar nada. También ellos volvían por primera vez. Y era la primera Plaza de Juana. “Vinimos para volver a habitar estos espacios que nos parecen importantes, y sobre todo teniendo en cuenta lo que está pasando con el avance de la derecha, no sólo en nuestro país, sino en el continente. Llegamos tarde porque no podemos dejar de laburar antes. Nos hubiese gustado llegar, compartir la Plaza, la calle, estar de nuevo con amigues ahora que estamos empezando a conseguir un poco de la mística que es necesaria después de tanto encierro y de individualismo. Volver a poner en la mesa que la salida es con el otro. Que la salida es colectiva”.
Un pibe sube al subte. El resto partió hace rato. El pibe canta. Canta solo, pero contagia mientras pasa.
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