Aquarela do Brasil

5 de septiembre de 2021. Bolsonaro instala el fantasma del fraude y la militarización

 

A comienzos de septiembre de este año un Jair Bolsonaro fuera de sí buscaba un resquicio que le permitiera filtrar un fraude en las elecciones generales de octubre de 2022. Sus socios mayores, los militares, inmersos en un intervencionismo castrense directo difícil de encontrar en la historia política republicana brasileña, le hacían el juego. Poco después convocó a una movilización en su apoyo que se desarrolló en diversas ciudades. Paradojalmente, fue el punto de inflexión de esa política agresiva e inescrupulosa que le place practicar. Algo cambió a partir de entonces, al punto que hoy se encuentra completamente a la defensiva y su archienemigo Lula da Silva lidera cómodamente los sondeos electorales. Corre un nuevo aire en Brasil, que aunque no se percibía del todo mostraba ya algún despunte al momento de escribir la nota que he seleccionado.

 

En 1939, Ary Barroso le puso letra y música a uno de los sambas más conocido dentro y fuera de Brasil, cuyo nombre he elegido para titular esta nota. Esto se debe a que intentaré en lo que sigue “pintar la carta” brasileña, es decir su situación actual, y atisbar una pizca de lo que podría sobrevenir; pero además porque la repetitiva y quizá ingenua línea inicial de esa bella pieza –“Brasil, meu Brasil brasileiro”– no suena hoy a mis oídos ni cándida ni banal como antaño sino como algo que evoca una extraviada manera de ser colectiva y proyecta, además, una voz que se levanta contra el espanto.

Jair Bolsonaro parece estar sacado. Despotrica, busca un resquicio que le permita ejercer el fraude electoral y amenaza con suspender las próximas elecciones presidenciales. Da la impresión de que advierte ya que le resultará muy difícil obtener un triunfo. Se rodea de militares que, a su vez, alaban y practican sin pudor el intervencionismo castrense en política y hacen ostentación de sus medios bélicos.

Por otra parte, la oposición colisiona contra los desplantes presidenciales y se halla ya prácticamente en campaña, al punto que desde mayo de este año se vienen haciendo encuestas electorales cuando la primera vuelta electoral se hará recién en octubre del año próximo. Además, en lo que va de 2021 se han registrado varias e importantes movilizaciones populares de protesta en distintas ciudades del país, no precisamente favorables al Presidente.

Así están las cosas en líneas generales. Pero vayamos por partes.

 

 

Encuestas

Una reciente encuesta de la empresa Poder Data, realizada entre el 2 y el 4 de agosto, arrojó lo siguientes resultados:

  • Lula da Silva (Partido de los Trabajadores): 39% de la intención de voto
  • Jair Bolsonaro (sin partido): 25%
  • Ciro Gomes (Partido Demócrata Trabalhista): 8%
  • José L. Datena [1] (Partido Social Liberal): 7%
  • Joao Doria (Partido Social Demócrata Brasileño): 6%
  • Henrique Mandetta (Partido Demócrata): 4%

El resto se reparte entre otros partidos, indecisos y en blanco.

Registra, además, que en la segunda vuelta Lula le ganaría al actual Presidente por 52% a 32%.

En una encuesta de Data Folha de mayo pasado, Lula le ganaba a Bolsonaro por 41% a 23% en intención de voto. En tanto que otra de IPEC, dada a conocer el 26 de junio, le daba a Lula un 49% y al actual Presidente un 23%.

Estos datos marcan que la diferencia entre Lula y Bolsonaro es amplia y que este permanece anclado entre el 23 y el 25%. Por otra parte, ni Gomes ni Doria –que sumados llegan a un 14% en la última encuesta– están dispuestos a transferir votos al actual Presidente, al menos hasta ahora. Lo que estaría indicando que la posibilidad de que renueve su mandato es muy lejana.

Pero hay también otros planos que contribuyen a hacer tambalear su continuidad política. Uno remite a las densas movilizaciones que durante el año en curso se han realizado en diversas ciudades. Hay un malhumor popular que el oficialismo no puede esconder bajo la alfombra. Y también –entre otros registros– una Comisión Parlamentaria de Investigación (CPI) que escudriña la pésima administración sanitaria gubernamental del Covid-19 y específicamente los actos de corrupción en los que esa administración se involucró, algunos de los cuales salpican al propio Presidente. Con sólo convocarlo a declarar, la CPI colocaría a Bolsonaro en una posición difícil.

 

 

El ex capitán Presidente

Bolsonaro advierte su debilidad política. Ha perdido muchos votos y las balas le pican cerca. Por eso embiste contra el sistema electrónico vigente y procura añadirle unos formularios impresos que podrían abrir la puerta a un fraude. El 10 de agosto la Cámara de Diputados descartó su uso. En respuesta, el Presidente, ofuscado, trató implícitamente de imbécil nada menos que a Arthur Lira, presidente de aquella Cámara. Con anterioridad, el ministro de Defensa, general Walter Braga Netto, le había advertido a Lira que no habría elecciones –¡nada menos!– si no se usaba el sistema de cómputos impresos.

El jugueteo intervencionista/golpista continuó: el Presidente admitió impertérrito que una caravana de tanques y vehículos blindados se paseara por Brasilia. Podría decirse que eligió exhibir las capacidades bélicas castrenses y mostrar el activismo militar. Algo así como advertirle a sus opositores que no tiene a las armas de adorno.

 

 

Desfile de tanques en Brasilia. Foto Télam.

 

 

Además, el oficialismo prepara un acto político en conmemoración del 7 de septiembre, día de la independencia de Brasil. Da la impresión de que quiere agregar más leña al fuego apropiándose de la fecha patria: su ambición y su necedad no tienen límite.

 

 

 

Los militares y el intervencionismo militar

Desde el regreso a la democracia, los uniformados brasileños han practicado de facto un papel tutelar sobre el sistema político. Hay una tenue referencia a ese rol en el artículo 142 de la Constitución de 1988 y una especificación en la Ley Parlamentar 97, de 1997, en lo referido específicamente a la garantía de la ley y el orden. Con base en esta última normativa, por ejemplo, se llevó adelante la campaña de seguridad desarrollada en Río de Janeiro en 2018, con intensa participación militar. Pero en la práctica ha tenido una vigencia mayor, ejercida de hecho.

Este comportamiento mutó hacia el liso y llano intervencionismo militar desde el momento en que se decidió el impeachment a Dilma Rousseff. Y llegó a un altísimo pico con el encarcelamiento y el procesamiento de Lula da Silva. Con el arribo de Bolsonaro a la presidencia alcanzó una dimensión no conocida hasta entonces, que se viene expresando en una alta participación directa en el gabinete presidencial y en el aparato administrativo público. Es decir, en un compromiso mayúsculo de los militares con la gestión presidencial.

El 29 de marzo pasado, el Presidente llevó adelante un amplio ajuste de su gabinete que, en ese momento, suscitó interrogantes. Hoy puede decirse que se estaba preparando para enfrentar la fase que se avecinaba. El recambio más importante ocurrió en el campo de la Defensa y de las Fuerzas Armadas. Designó un nuevo ministro y sustituyó a los comandantes de las tres fuerzas, muy probablemente en busca de más homogeneidad y mayor compromiso.

 

 

Final

A 13 meses de las elecciones es prematuro pronosticar qué sucederá. Pero sí es posible barruntar algo de lo que eventualmente podría acontecer. Si el posicionamiento electoral de Bolsonaro no cambia y el Partido de los Trabajadores continúa su marcha, seguirá rondando el fantasma del fraude y se acrecentará el intervencionismo militar. Lo primero ya está detectado, de modo que es difícil que prospere. Lo segundo, en cambio, tiene más aristas. Los uniformados procurarán incidir al máximo mediante la presión y la amenaza tácita o directa.

Sin embargo, ese intervencionismo tiene límites. En última instancia puede recurrir al golpe, lo cual sería una decisión extrema y extemporánea: algo así como un retorno a los años ‘60. Pero muy probablemente ni el empresariado, ni los medios, ni la opinión pública, ni la mayoría de la gente lo aceptarían; de sus apoyos iniciales, Bolsonaro conserva apenas a los uniformados y a una porción de los evangélicos. Y en el frente internacional tiene muy pocos acompañantes. Es de destacar, incluso, que Joe Biden no le da ni la hora.

Es más probable, en todo caso, que persistan las tensiones, presiones y desacatos castrenses, bajo el ala de un Bolsonaro que parece un émulo de Trump. Pero con un nuevo Presidente quizá no tengan más opción más que retornar, en el mejor de los casos, a la vieja función tutelar. Aunque quizá ni siquiera esto sería viable. Tal vez sólo les quepa resignarse a un profesionalismo prescindente, a la espera de tiempos mejores (para ellos).

Todo lo dicho en este aparado es mera conjetura. Bien se sabe que es siempre riesgoso atisbar el porvenir, pero a veces es conveniente intentarlo. En fin y como siempre, el tiempo dirá.

 

 

 

[1] Datena es un outsider recientemente incorporado al PSL. Es un conocido presentador de programas de radio y televisión.

 

 

 

 

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