El vecino le quemó el rancho
porque Sócrates aullaba
cuando el se iba a Capital
(Sócrates por el mediocampo brazuca).
Por las mañanas examinaba el boliche
de los judíos en la calle Avellaneda
para aprovisionarse de pañuelitos, medias, lapiceras
que voceaba a tres por diez, a tres por diez
en trenes y esquinas del centro.
Cuando juntaba 300 pé regateaba
porro o milanesas, según el día.
A la 31 o a Curapaligüe y Cobo
se entra de una,
la cosa era gambetear a los pinos
que manejan la villa a la salida.
Se quedan el faso
y encima te cagan a patadas.
Antes de entrar el Carlos
compraba diez pancitos.
Vaciaba la miga de uno
y le embutía el 25
que se fumaba en el furgón
con los fisuras,
entre pico y paco.
La calle dejó de rendir
y se puso a limpiar las cocheras
de una torre en Puerto Madero,
en negro, claro.
El mantenimiento lo contrató
a cambio de un pete cada tanto
lo que no lo incomodaba.
El Carlos se toma todo con filosofía.
Nunca se queja ni pidió
planes cuando preñó
a la gordita del frente
y fue papá de una guachita
rubia como él.
Una navidad se fueron los tres
a la Bristol una semana
pero no se jactaba.
La gente es así
era su frase favorita.
La dijo cuando perdió una década
en el incendio.
Y también muchas otras veces.
La gente es así.
Cocina, heladera, tele derretidos.
La olla se fundió
y la garrafa explotó.
De las cenizas rescató
la hoja del cuchillo
y una cucharita.
Golondrineó desde Moreno al fondo
hasta Rafael Castillo
cerca de la prima o la hermana
nunca supe ni él sabía.
Se metió en un terrenito,
se colgó de la luz
y en cuatro días levantó
un chaperio, vacío.
La tía regenteaba un templito umbanda
que explotaba
porque ceremonias había siempre
aunque de distinto calibre.
Las sacerdotisas se cosían
túnicas extravagantes
con retazos que recogían
en Once después de las siete.
Les pegaban piedras preciosas
y cadenitas de oro
con plasticola.
Y loqueaban sin parar
entre los santos de yeso colorinche.
Los fieles llegaban en procesión
de la otra villa,
de la laguna,
del desagüe.
Pendejos y viejos
se empachaban de femineidad
con esos chabones
que nunca oyeron
de prostitución sagrada
ni de chamanes hermafroditas.
Es que no había mucho entretenimiento
fuera de la tele, que los anclaba
en el infierno familiar.
Por 100 pé conseguían un combo generoso:
circo, merca y garche.
La tía (¿la prima?) era muy vengativa.
Un viernes le dio una bolsita
para entregar en Luis Guillón
y pongamos que Carlos perdió la plata.
Cuando volvió le tajeó la garganta
con una punta.
Se nota la cicatriz
que exhibe con modestia.
Por suerte no votó a Macri
como su cuñada
y cuando le preguntás
que piensa del gobierno dice:
alto gato, no?
pero lo votan...
la gente es así.
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