1
Durante los años 2002 y 2003 entrevisté grupalmente a madres y familiares de detenidos-desaparecidos de Jujuy. No lo había planeado ni tenía un proyecto de investigación aprobado por la secretaría de Ciencia y Técnica y Estudios Regionales de la Universidad Nacional de Jujuy (UNJu). A mí me habían quedado historias sueltas después de haber editado el libro de poemas de Alcira Fidalgo, quien fue -además de militante de Montoneros- una gran poeta.
Unos años antes, yo había colaborado con el padre de Alcira, Andrés Fidalgo, en la redacción de su Jujuy, 1966-1983: Violaciones a Derechos Humanos cometidas en el territorio de la provincia o contra personas a ella vinculada (Buenos Aires, La Rosa Blindada, 2001). Hasta entonces, como casi todos mis paisanos y paisanas de mi generación, creía que la represión dictatorial había sucedido bien lejos y que, en Jujuy, habían ocurrido pocos casos. Estaba equivocado.
En el libro de Andrés me enteré que había más de cien personas desaparecidas por el terrorismo de Estado. Supe además, mientras llenaba las fichas por orden alfabético, lo doloroso que es para un padre rememorar a una hija que fue secuestrada por Alfredo Astiz, estuvo un tiempo detenida en la ESMA (donde sus compañeros de cautiverio le decían La Biónica, por su capacidad de aguantar la tortura sin quebrarse). Supe que su secuestro es un caso probado, difícil olvidarse porque es el caso número 500 en el Juicio a las Juntas Militares. Todo esto lo supe después.
Mientras yo tecleaba los datos que me dictaba Andrés no quería que lleguemos a la letra efe.
Sí, pensaba que el viejo iba a sufrir, pero también pensaba qué tendría que hacer yo: nunca había estado en una situación similar. Pasaron los datos de Espejo, Ana María. Pasaron los de Espinoza, Juan Carlos y llegó ese momento. “Fidalgo, Alcira Graciela”, dijo y yo estuve más rápido que nunca a la hora de teclear y se produjo un breve silencio. Finalmente dijo:
—¡Ay, Alcira!
Fueron los segundos más largos que sufrí porque un amigo sufría.
Enseguida, él siguió con “Flores, Mario Ivar”. Logró reponerse porque sabía que tenía que terminar una obra que nadie más que él podía iniciarla.
Reponerse de un dolor terrible y aguantar la tortura sin claudicar: he aquí dos muestras de valor que nos dieron las generaciones anteriores. Pero yo, estimada, estimado, no soy como ellos, no sé si me habría podido reponer por esa pérdida dolorosa ni si me da el cuero para aguantar la tortura. Pero, en aquellos segundos eternos entendí que tenía que hacer algo para que no se me pudra el alma.
2
La primera vez que vi a una mujer llorar de bronca fue a mi vieja. Vivíamos cerca de un arroyo, en una pieza alquilada. Quizás, para que no la vea sufrir, me mandó a comprar algo al almacén que estaba al vuelta. En una lata de publicidad pegada al lado del puerta, una mujer rubia sonreía y el texto decía:“todo cambia”. Era un niño ingenuo, sí, pero no tanto para darme cuenta que una gaseosa mejoraría la situación de las mujeres. Dos o tres años después, ya en nuestra casa propia que estaba sobre una avenida sin alumbrado público en la que jugábamos hasta la noche, vi algo raro y sentí una frenada acompañada de un golpe seco. Casi en el acto vi también a una mujer que corría como si fuese una marioneta desacoplada y gritaba: “Mi hija, mi hija”.
Días después, nuestra vecinita andaba en muletas. Pero nunca me pude olvidar de la desesperación de su madre que no sabía lo que le había pasado, en aquella oscuridad.
3
Me acuerdo que le dije a Nélida Pizarro, mamá de Alcira y de Estela (ahora médica jubilada) que tenía historias sueltas que no entraban en el prólogo que estaba terminando de escribir sobre el libro de poemas de Alcira y que Andrés me revisaba los verbos que cada tanto pifiaba. Nunca, hasta entonces, había pensado que iba a escribir sobre el pasado, sobre el pasado más oscuro de nuestra historia del siglo XX.
Le pregunté a Nélida si no se animaba a invitar a otras viejitas para que yo las entreviste y complete las historias que nos faltaban. Sus ojos brillaron de felicidad y, como yo dudaba de mis fuerzas --ya les dije que formo parte de una generación floja--, le pregunté si esas mujeres se animarían a ser grabadas, si me tendrían confianza.
—¡Y cómo no van a querer! ¡Además, te conocen todas!
Aquel primer miércoles, llegué más temprano a la casa de Nélida y Andrés. Estaba nervioso y me había dicho que iba a ser doloroso, así que llevé más pañuelitos de papel que siempre uso porque soy alérgico.
Llegaron todas puntuales. Creo que en tres o cuatro autos. Recuerdo que Selva Vilte paraba su Renault Clío y no paraban de bajar mujeres. La última siempre era Azucena Iriarte que ya había pasado los setenta y bajaba sonriendo mientras se apoyaba en su bastón.
Esa tarde no tuve crisis de alergia y nos reímos con grandes carcajadas.
Los recuerdos pesados aparecieron más adelante, pero yo ya sabía dónde iba a estar el foco de lo que quería narrar.
4
Después de grabar durante dos años, todos los miércoles (creo que hacíamos un alto para las fiestas de fin de año nada más), me tomé un año para redactar. Andrés ya tenía su cuerpo desgastado y recuerdo que le dije: “Vas a tener que hacer un esfuerzo, porque ahora necesito que me corrijas la redacción” y él aceptó, como antes había aceptado yo. Pero hizo mucho más.
Un día fui a verlo. Le había adelantado, por teléfono, que necesitaba los datos de la declaración de una mujer que había declarado en el Juicio a las Juntas. Sabía que él tenía la colección completa de aquellas audiencias históricas. Me esperaba en su living con todos los números. Cuando los abrí, en mi casa, vi que en la primer página figuraban los nombres de personas de Jujuy y el número de página donde estaba la declaración. Sí, el intelectual más respetado de esta región, el que fue una fuente experta en cuestiones vinculadas a los derechos humanos, no tenía ningún problema en hacer un trabajo de base que a mí me hubiese llevado mucho tiempo.
Andrés siempre hizo mucho más.
5
Cuando estaba terminado el texto, corregido y revisado por todas y todos los que declararon, pensé que llegaba una etapa más relajada, pero no fue así. Mandé una copia a la editorial de la UNJu y un triste funcionario me dijo que antes que nada, el texto tendría que ser estudiado por los abogados que trabajan en el rectorado; directamente, no volví a buscar la respuesta. Mi amigo, el poeta Ernesto Aguirre le mandó una copia a un integrante del directorio de un Banco cooperativo, porque aquel director siempre había manifestado su compromiso con familiares de detenidos-desaparecidos; pero la respuesta fue negativa. Mientras tanto, yo mandaba copias a editoriales de Buenos Aires que ni siquiera contestaban.
Sin embargo, hubo algo que me hizo ver que el libro sería importante: una persona que trabajaba en una fotocopiadora que estaba al lado de la Facultad de Humanidades y Ciencias Sociales, me dijo que el encargo estaba demorado y que mejor vuelva en un rato. Cuando volví, me pidió disculpas, porque no pudo dejar de leer todo y porque él conocía a varias de las personas que fueron secuestradas.
Nélida dijo: “¡A tomar por culo! El único que puede editar este libro es José Luis Mangieri”.
Estábamos en los primeros días del 2004, la editorial La Rosa Blindada se encargaba del diseño y distribución, pero --como todo el país-- estaba sin un peso (algo que durante mucho tiempo fue una constante en las empresas culturales que dirigió Mangieri). Así que hicimos una reunión y me acuerdo que los Fidalgo dijeron que ponían la mitad, por mi parte, llegaba a un poco menos de un cuarto; el resto se logró porque cada familiar puso lo que pudo. Después, cada cual retiró ejemplares a precio de costo, según lo que había aportado.
6
El acto de presentación fue a sala llena. Había gente sentada en las escaleras del salón Auditorium del Ministerio de Bienestar Social. Me acuerdo que vino, desde Tucumán, la hermana de un médico que desapareció mientras hacía la colimba en el Regimiento de Infantería de Montaña 20. También recuerdo que le guardamos un lugar, en las primeras filas, para Andrés porque estaba con el cuerpo debilitado y habíamos coordinado para que llegue sobre la hora; llegó a tiempo, pero hubo que alzarlo y pasarlo por las cabezas del público porque no cabía ni un alfiler.
7
Al otro día, el 24 de Marzo de aquel 2004, en el acto central del Parque de la Memoria, cada madre y cada familiar lucieron -orgullosamente- un ejemplar bajo el brazo. El diseño de tapa fue realizado por Remo Bianchedi y resultó impactante. El título era parte de una consigna del movimiento: “Con vida los llevaron”, incluía --además-- la palabra vida porque, desde aquella tarde que vi bajar viejitas alegres en autos pequeños, supe que ellas y sus hijos y sus hijas eran vitalmente alegres, por eso la palabra vida no podía estar ausente.
Después, todos saben lo qué pasó: ese mismo día, en la ESMA --aún no era la ex ESMA-- el presidente Néstor Kirchner pidió perdón por tantos años de silencio por parte del Estado y nosotros, en Jujuy, estábamos más emocionados que en el resto del país. Lo siento así, lo sentimos así, porque frente a un Estado silente y encubridor en los estrados, con las viejitas y otros familiares ya teníamos tres libros de memorias que habíamos bancados con alegría, sudor y algunas lágrimas. Al poco tiempo, el gobierno nacional premió a Olga Márquez por su larga lucha, en la que siempre hubo otras madres, hermanas y esposas solidarias; en las universidades ya había núcleos de estudios y en la UNJu nos reeditaron una segunda edición ampliada e hicieron una rápida reimpresión.
En el 2015, la Cámara de Casación Penal revocó el procesamiento a Carlos Pedro Blaquier y Alberto Lemos, responsables de haber apoyado con logística de la empresa Ledesma --como quedó demostrado-- en los apagones del terror que habían ocurrido en la región. El 22 de noviembre de ese año ganó Mauricio Macri la presidencia y Gerardo Morales la gobernación y, al poco tiempo, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, como en la dictadura, volvió a interesarse por esta región; ahora, por el encarcelamiento de Milagro Sala y la criminalización de la protesta pública.
8
Algo de lo que pasa en Jujuy en los últimos seis años cuento en la tercera edición de Con vida los llevaron: Memorias de madres y familiares de detenidos-desaparecidos de San Salvador de Jujuy, Argentina que ahora aparece con el sello editorial 500 Armas (un contra-homenaje a Gerardo Morales, quien dijo que en barrio Alto Comedero, la Tupac tenía escondido un arsenal con 500 armas).
El libro aparecerá en formato papel en los primeros días de abril porque resulta muy engorroso --y a la vez apasionante-- editar los distintos discursos que se mezclan para hacer un manto de memoria y porque Gabriela, la diseñadora gráfica fue agredida y le robaron algunas pertenencias (entre las que estaba el archivo de las correcciones del libro). Como se ve, los que vivimos en barrios marginales de esta provincia no portamos armas, pero si hacemos libros que son armas (de instrucción masiva).
También, en los próximos días, habrá una versión digital que circulará libremente para todos y todas que quieran saber qué pasó, en esta región, en la época más oscura; para que sepan qué hechos --lamentablemente-- se repiten, en esta región, en esta época oscura que nos toca vivir.
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