Identidades robadas

A 42 años de la dictadura militar, un libro reconstruye la historia de Claudia Poblete Hlaczik

 

“Claudia Poblete Hlaczik estudiaba Ingeniería en Sistemas, tenía muy buenas notas y un coeficiente intelectual superior a la media. Sin embargo, nunca en sus veintiún años había prendido un horno. No sabía cómo encender un lavarropas, planchar una camisa ni cómo pagar una boleta de luz. No había viajado en colectivo o en subte, no andaba sola por la ciudad ni se quedaba a dormir en casa de sus amigas. La acompañaban a comprar, a pasear y a las clases de inglés. (...) La tarde del 7 de febrero de 2000, en la cocina de su casa, Claudia Poblete Hlaczik se sintió sola como no se había sentido en su vida. Ese mediodía había caminado hasta un juzgado desde la oficina en la que realizaba una pasantía. (...) Unos meses antes, un juez la había citado, le había dicho que tenía dudas sobre su filiación y le había propuesto someterse a un examen. Claudia preguntó si podía negarse. El hombre le respondió que, en caso de que existiera un delito, ella sería la única evidencia. Claudia se sintió impactada por la frase, así que fue a un hospital público y dejó que le sacaran sangre. En su casa, le habían anticipado que todo lo que le dijeran en el juzgado sería mentira. Los perseguían porque eran militares. Nunca, en sus veintiún años, ella había oído la palabra 'dictadura'. Sabía, en cambio, de la existencia del ‘proceso militar’ y de los ‘subversivos’, gente que ponía bombas y atentaba “contra el sistema”. Pero no mucho más (...)”.

“Luego de presentarse, el juez [Gabriel Cavallo] le dijo que sus padres —las personas a quienes ella llamaba sus padres— iban a quedar detenidos. Porque en realidad no eran sus padres, sino dos personas que la habían robado cuando era una bebé. Secuestradores, delincuentes, criminales. Sus verdaderos padres, le dijo el juez, habían sido torturados por militares argentinos en el centro clandestino de detención Olimpo y después habían desaparecido”.

“Según el resultado de la prueba de ADN, había 99,99999% de probabilidades de que ella fuera hija de José Poblete y Gertrudis Hlaczik. Sin embargo, en ese momento, atravesada por la verdad de esa foto, Claudia sólo lloraba. Lo que sentía dentro era más fuerte que cualquier cosa que alguien pudiera decirle: un edificio que se derrumbaba desde los cimientos. El juez seguía hablando. Ella no entendía del todo las palabras de ese hombre, pero estaba segura de que eran verdad. Lloraba. De repente, sintió miedo por lo que iba a pasarles a Ceferino y a Mercedes, los que hasta ese momento llamaba sus padres. Y, a la vez, un alivio: como si una espina clavada en algún lugar profundo de su historia se hubiera removido”.

 

José Poblete y Gertrudis Hlaczik con su hija.

 

El caso de Claudia Poblete fue conocido socialmente y fue paradigmático en la jurisprudencia de delitos de lesa humanidad por ser el que cortó con las leyes de impunidad, cuando en 2005 la Corte Suprema de Justicia de la Nación tomó su expediente para resolver que las leyes de punto final y obediencia debida eran inválidas e inconstitucionales. En la causa habían intervenido el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS) y las Abuelas de Plaza de Mayo. En 1998, las Abuelas habían iniciado un proceso judicial por la apropiación de la menor Claudia Victoria Poblete. Con el acuerdo de ellas, dos años después, el CELS presentó una querella criminal contra los responsables de la desaparición forzada de José Liborio Poblete y Gertrudis Hlaczik, padres de Claudia. 

Claudia Poblete volvió al ruedo con el notable libro Tu nombre no es tu nombre (Marea), del periodista Federico Bianchini, que no casualmente cita a Svetlana Aleksiévich en la introducción: “A la historia sólo parecen preocuparle los hechos, las emociones quedan siempre marginadas”. Reconstruyendo el hilo fino de la sensibilidad del caso, con sus implicancias éticas, políticas y judiciales en el tiempo, algo que tal vez sólo había logrado como antecedente una crónica de Leila Guerriero titulada “La fuerza del cariño”, Bianchini compone el detrás de escena y los ingredientes que completan la trama, que arranca con el secuestro, tortura y desaparición, en 1978, de un joven militante chileno radicado en Buenos Aires llamado Pepe Poblete, de su mujer Trudy y de su pequeña hija Claudia, que por entonces tenía ocho meses y que reapareció veintidós años después en el seno de una familia de militares. Y esa reaparición, lejos de ser color de rosa, ha disparado todo tipo de conflictos en ambas familias como en la propia Claudia.

 

Federico Bianchini, autor del libro Tu nombre no es tu nombre.

 

José Poblete —uno de los hijos de Buscarita Roa, vicepresidenta de Abuelas de Plaza de Mayo— y Gertrudis Hlaczik de Poblete fueron secuestrados el 28 de noviembre de 1978, junto a su hija Claudia Victoria, por un grupo represivo que declaró pertenecer a las “Fuerzas Conjuntas”. José era de nacionalidad chilena y había sido víctima de un accidente automovilístico, por lo cual le habían amputado las dos piernas. Sobre su detención sólo se conoció que ocurrió en horas de la tarde. Gertrudis era estudiante de psicología y fue secuestrada en su domicilio junto con Claudia, de ocho meses y tres días de edad. Por testimonios de sobrevivientes, se supo que los tres integrantes de la familia estuvieron recluidos en el centro clandestino El Olimpo. 

Aquel verano del año 2000, el juez le dijo “que ella no se llamaba Mercedes Beatriz Landa sino Claudia Victoria Poblete Hlaczik. Le dijo que no había nacido el 13 de junio de 1978, sino tres meses antes: el 25 de marzo de ese mismo año. Le dijo que su documento, número 26.769.382, sería retenido porque era un documento falso. Le dijo que los boletines de su escuela secundaria seguirían confiscados como pruebas que acreditaban el delito de falsificación de identidad. Le dijo que, en ese mismo momento, un patrullero estaba yendo a buscar a sus apropiadores y le dijo que allí, en ese juzgado, estaba su verdadera familia y que quería conocerla”. Todo lo que para Claudia parecía una revelación fue algo que provocó una crisis, cierta negación cuando supo que su nombre no era su nombre y su fecha de nacimiento estaba equivocada.

Durante muchos años, después de conocer la verdad, Claudia Poblete no habló con periodistas. Luego le preguntaron si perdonó a sus apropiadores. Y ella, cada vez, respondió que no se puede perdonar a alguien que nunca pidió perdón. Federico Bianchini cruza en el libro la historia de sus padres desaparecidos y el testimonio de abuelos, tías, tíos y amigos; la búsqueda de Buscarita Roa; la singularidad del Olimpo como centro clandestino; el origen de sus apropiadores; su propia maternidad; de cómo en su casa todo estaba pensado al detalle para que la información no se filtrara; y una obra de teatro documental con su historia. Las condenas judiciales llegaron cuando el suboficial de la Policía Julio Héctor Simón, conocido como “Turco Julián”, fue sentenciado a veinticinco de prisión por el secuestro de sus padres. El 29 de junio de 2001 los jueces dictaron veredicto contra sus apropiadores: fue la primera condena por robo de bebés que recibió un militar. Ceferino Landa fue castigado con nueve años y seis meses de prisión. Mercedes Moreira recibió una pena de cinco años y seis meses por la coautoría en el delito, ya que su firma no aparecía en ningún documento.

 

Turco Julián, el represor condenado por la desaparición de los padres de Claudia.

 

“Esta historia muestra cómo, a 42 años de la vuelta de la democracia en la Argentina, la dictadura no sólo sigue presente en la memoria, sino también en algunos cuerpos”, escribe Bianchini. También pone en manifiesto de qué modos quienes fueron criados en una mentira no conocen la libertad y la vida de Claudia, con una trama difícil y ambigua, llena de contradicciones y heridas que no cierran bajo una identidad en construcción. Ella dice que, quizás, si nunca hubiera sabido la verdad viviría tranquila. Sin embargo, pese a todo lo que tuvo que enfrentar, esa certidumbre no la cambia por nada. La misma Claudia, durante una de las entrevistas para el libro, realizada en la oficina donde trabaja como ingeniera en computación, “se referirá al coronel retirado Ceferino Landa y su esposa Mercedes Moreira como ‘esta gente’ y ‘mis apropiadores’, aunque también les dirá ‘mis papás’”.

 

Tapa de
Tapa del libro editado por Marea, de Federico Bianchini.

 

 

 

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