No es excesivo calificarlo como uno de los acontecimientos más asombrosos en la historia moderna de las relaciones entre la Argentina y los Estados Unidos de Norteamérica: su ministro de Economía voló durante veinte horas, entre ida y vuelta, para pasar apenas la mitad en Buenos Aires. Y no fue parte de una gira regional, sino con escala exclusiva aquí. Sólo es comparable con la mediación del ministro de relaciones exteriores Alexander Haig en 1982. Entonces había una guerra entre dos aliados de Estados Unidos y Haig era general del Ejército. Scott Bessent es un inversor financiero, en momentos de conmoción por la guerra de aranceles desatada por Donald Trump contra todo el mundo, pero luego concentrada en China, el designado enemigo estratégico.
La presencia china en la Argentina (donde tiene algunas de las mayores inversiones en todo el mundo y en rubros estratégicos, como una base de observación satelital, dos represas hidroeléctricas, centrales nucleares, un extenso ferrocarril de carga, en distinto grado de avance) es la principal conjetura acerca de la razón del tour de force de Bessent, quien ya era uno de los hombres más poderosos del planeta antes de que Donald Trump lo convocara para manejar desde Washington la economía mundial. Hace tres décadas era el jefe de la oficina londinense del Soros Fund Management, cuando ganaron mil millones de dólares al hundir la libra. George Soros es sindicado como el demonio en jefe por la reacción mundial antiwoke. Menos conocido es que Bessent suele pasar sus vacaciones en la Argentina, con su esposo e hijos, engendrados por madres subrogadas.
Antes de asumir como ministro de Trump, Bessent debió desprenderse de sus activos, entre ellos los Bitcoin invertidos en el Exchange Trade Fund, de Larry Fink, por regulaciones de la oficina de ética pública (a la que todavía Elon Musk no le pasó la motosierra). Desde BlackRock, Fink emplea a unas 14.000 personas en 30 países y administra activos por 7 billones de dólares (14,5 veces más que nuestro PIB). Según las minuciosas investigaciones de Horacio Rovelli, es también el principal acreedor privado de la Argentina, por más de 2.000 millones de dólares. Es accionista de Pampa Energía, Glencore y de los cuatro primeros bancos privados que operan en el país (Santander-Río, BBVA, Galicia y Macro), que a la vez son los mayores poseedores de títulos de deuda del Tesoro y del Banco Central. También posee acciones de Telefónica, YPF, TRANSENER, Transportadora de Gas del Sur, Central Puerto, Loma Negra, IRSA, Coca Cola, Bayer, Exxon Mobil, Chevron, Apple, Microsoft, Procter & Gamble, Tenaris (del grupo Techint), Mercado Libre, Arcos Dorados y Adecoagro. Su participación en Glencore SA, empresa que a su vez es dueña de Viterra SA en la Argentina (ex Oleaginosa Moreno) y su asociación con Bunge la colocan como la principal compañía agrocomercial del mundo. Además Glencore participa en la explotación de oro y cobre en las minas de Agua de Dionisio y Agua Rica en la provincia de Catamarca, y de las minas de cobre de El Pachón en San Juan. En la actual coyuntura, Fink es uno de los que temen que los exabruptos económicos de Trump puedan afectar al dólar como moneda de reserva global. Bessent también.
Estados Unidos solía mostrar zanahorias a sus interlocutores. Pero como dijo la ex jefa del Comando Sur, generala Laura Richarson, sólo tenía 250 millones de dólares, cotejados con los 72.000 millones que se había comprometido a invertir China en la región, que en los años transcurridos se han duplicado. La Argentina es uno de los principales recipientes. En su segundo mandato, en vez de prometer zanahorias Trump blande un garrote: si no quieren padecer su ira, todos los países del mundo deben acomodarse a los Deseos del Yellow Danger. Esa es su idea de una negociación. Y como con toda claridad dijo Bessent, la Argentina no es una excepción.

La primera actividad de Bessent en la Argentina fue un almuerzo en la embajada con siete empresarios, del sector energético y financiero, reclutados debido a sus vínculos con la actividad privada del ministro. Ellos son sus ojos y oídos en el país:
- el presidente de Pampa Energía, Marcelo Mindlin;
- Martín Pérez de Solay, CEO de Glencore Argentina;
- el de Citi Argentina, Federico Elewaut;
- Pierpaolo Barbieri, en cuya Fintech, Ualá, Bessent fue uno de los primeros en invertir;
- Martín Genesio, CEO de la energética estadounidense AES;
- Mariana Schoua, CEO de Aconcagua Energía Generación y vicepresidenta de Amcham; y
- Javier La Rosa, presidente de Chevron Latinoamérica.
Las presunciones que se bifurcan
Los primeros indicios sobre las motivaciones del desplazamiento de Bessent, provienen de la comunicación oficial del Tesoro en Washington, con alabanzas empalagosas a los Hermanos Milei. A partir de allí, las presunciones se bifurcan.
- Quienes toman esas afirmaciones al pie de la letra repiten que Bessent quiso estar aquí, o alguien más poderoso quiso que estuviera, en el primer día de lo que el gobierno denomina la Tercera Fase de lo que considera su programa. El apoyo que transmite su visita es tan evidente como la intriga sobre en qué consiste.
- Aquellos habituados a leer bajo el agua entienden que vino para transmitir las exigencias de su país. Es posible, pero la lógica de la cronología indica que esas condiciones debieron fijarse antes de que Estados Unidos volcara su peso en el directorio del Fondo Monetario Internacional en favor de la petición argentina de un nuevo endeudamiento colosal, 1.500 veces mayor que la cuota del país en la integración del FMI. En sus 81 años, nunca el Fondo tuvo mayor exposición a un país.
Sus condiciones son las de siempre, pero con mayor urgencia: reformas laboral, previsional y tributaria, privatizaciones, eliminación de subsidios e incremento de tarifas. También dio una breve entrevista a la agencia Bloomberg, que sabía qué preguntar.
—¿La política hacia América Latina también es, en cierto sentido, una política hacia China?— le preguntaron.
—Esa puede ser una buena descripción. Porque lo que intentamos evitar es lo que ha ocurrido en el continente africano, donde China ha firmado una serie de acuerdos rapaces disfrazados de ayuda (lo que garantiza) que las futuras generaciones sean más pobres y sin recursos. Y no queremos que eso pase —más de lo que ya ha pasado— en América Latina.
—China tiene un swap de divisas con Argentina. ¿Considerarían una línea de crédito directa desde Estados Unidos?
—Eso no está bajo consideración. Tienen un swap de 18.000 millones en yuanes. Bajo el anterior gobierno peronista, Argentina utilizó 5.000 millones, y eso seguirá pendiente. Los chinos mostraron un buen gesto de buena fe tras el anuncio del FMI, así que eso se va a renovar por un año.
—¿Pero quieren que se deshagan de ese swap con Pekín?
—Si este gobierno continúa con el curso de sus políticas económicas, eventualmente deberían tener suficientes ingresos de divisas como para poder pagar eso.
Bessent ni siquiera adelantó una posible reducción de los aranceles sobre los productos argentinos que se exportan a Estados Unidos, del 10%. "Recién empezamos las negociaciones. Hablamos con todos los países. Todo depende de varios obstáculos: barreras arancelarias y no arancelarias, manipulación cambiaria y subsidios. Entendemos la propuesta de aranceles recíprocos que elaboró el Presidente Trump y estamos listos para firmar un acuerdo comercial en dicha línea, que sin dudas beneficiará tanto a los Estados Unidos como a la Argentina". Pero por ahora, sólo palabras.
Su definición sobre China complementa la del asesor de Trump para la región, el hijo de cubanos exiliados Mauricio Claver-Carone, quien había puesto la cancelación del swap como condición para el apoyo de Estados Unidos en el FMI. No fue así, pero la exigencia se mantiene después del préstamo, que el FMI va a monitorear trimestralmente.
Una política bipartidaria
Esa es una política bipartidaria en Estados Unidos. Tanto la Estrategia de Seguridad Nacional que Trump firmó en diciembre de 2017, como la Provisoria de 2021 de Joe Biden, pusieron el eje en la confrontación global con potencias hostiles, como China. La principal diferencia es que Biden abjuró del unilateralismo: prefería reforzar las alianzas con los países amigos y actuar dentro de las organizaciones internacionales que Trump desprecia.
El 8 y el 24 de marzo de 2022, ante las comisiones de Fuerzas Armadas de la Cámara de Diputados y del Senado de su país, la entonces jefa del Comando Sur, generala Laura Richardson, explicó que el interés en la región se debe a que comercia con su país por 740.000 millones de dólares al año; posee el 60% de las reservas mundiales de litio y el 31% del agua dulce del mundo, activos que considera amenazados por la presencia de China, como si fueran propios.
Ante los diputados dijo que, en un periodo de cinco años, China firmó compromisos de inversión en la región por 72.000 millones de dólares, mientras el Cuerpo de Ingenieros con el que cuenta Richardson, sólo dispone para el mismo lapso de 250 millones de dólares.
Respecto de la Argentina expresó preocupación por varios proyectos chinos:
- la “línea estratégica de comunicación en el estrecho de Magallanes”,
- una planta nuclear de 7.900 millones de dólares,
- una represa hidroeléctrica de 4.000 millones de dólares y
- un ferrocarril de carga de 3.000 millones de dólares.
- Al exponer en el Senado sostuvo que, en la Argentina, las instalaciones de investigación espacial administradas por China en Neuquén “podrían rastrear y apuntar a satélites estadounidenses”.
Seis meses antes, en la audiencia de confirmación como embajador en Buenos Aires, Marc Stanley dijo que la Argentina no tenía un plan económico que explicara cómo pagaría su deuda y anunció que una de las metas de su desempeño sería cuestionar la presencia china. La actualidad de esa descripción es restallante. En agosto de 2022, ante empresarios reunidos en el hotel Alvear por el Council of Americas, el entonces precandidato presidencial cambiante, Horacio Rodríguez Larreta, dijo que el próximo gobierno debía ser de coalición para acordar una política económica que durara 30 años. El embajador Stanley le respondió que la coalición debían hacerla ya, sin esperar al cambio de gobierno. La celadora de Presidentes y ministros Susan Segal completó la hoja de ruta de Stanley al sentenciar que la Argentina tiene energía y alimentos para el mundo, abundantes minerales, como litio y cobre, servicios, tecnología y cadenas de valor. No se han apartado un centímetro de su plan.
Hace exactos tres años, Richardson visitó a CFK en el Senado. La entonces Vicepresidenta le recordó que la Argentina tiene una parte de su territorio ocupado por una base de la OTAN, con miles de soldados británicos, y le solicitó que Estados Unidos presionara al Reino Unido para que negociara la soberanía con la Argentina, tal como piden las resoluciones de las Naciones Unidas. El actual jefe del Comando Sur, vicealmirante Alvin Hosley, y por supuesto el ministro de Economía Bessent, conocen muy bien esta situación, y apetecen bases en el Atlántico Sur, tal vez en las Malvinas.
Hosley fue el segundo de Richardson antes de reemplazarla. En el Congreso de su país, el marino se jactó de que el programa de Asistencia de Seguridad aprobó un paquete de 941 millones de dólares con los cuales la Argentina pudo adquirir a Dinamarca 24 cazabombarderos F-16. Esta inversión "resultó esencial para evitar que China se integrara aún más en el aparato militar de un socio clave". Según Hosley, a través de diversos programas "estamos preparando mejor a nuestros socios para combatir las actividades malignas de quienes buscan desestabilizar la región, a la vez que ofrecemos alternativas estadounidenses y occidentales a China". Lo que no dijo es que se trata de aviones del tiempo de la guerra en las Malvinas, que hoy no tienen capacidad para disuadir al único enemigo posible, que es el Reino Unido.
Sin el apoyo adicional de Estados Unidos que Bessent descartó, las condiciones del FMI son de difícil cumplimiento, como la acumulación de 8.000 millones de dólares de reservas hasta fin de este año. Los vencimientos de capital con el Fondo son impagables, y el propio staff del organismo menciona el riesgo correspondiente.
Esta obligación impuesta por el Fondo colisiona con la política del gobierno, de usar los préstamos recibidos de ese y de otros organismos internacionales para mantener baja la cotización del dólar, como ancla anti-inflacionaria. El nuevo acuerdo no remediaría la escasez de reservas.
En el segundo día de liberación del cepo para personas físicas, el precio de la divisa en vez de aumentar descendió, a 1.100 pesos, pero Milei dijo que el Banco Central no compraría mientras no bajara de mil. En Estados Unidos hay un escándalo porque Trump anunció que debería renunciar el presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, quien se resiste a bajar la tasa de interés a los niveles que desea el Presidente. De regreso a Washington, Bessent intercedió ante Trump para que revirtiera la nominación como jefe interino del ente recaudador de impuestos de Gary Shapley, porque fue designado sin su conocimiento, a instancias de Elon Musk. Aquí Milei pasó de prenderle fuego al Banco Central a usarlo como una dependencia del Poder Ejecutivo. Anuncia lo que hará el Banco, y su titular, supuestamente independiente, Santiago Bausili, no dice esta boca es mía.
El gobierno ha explicado que de este modo espera que se concreten grandes inversiones mediante el régimen de incentivo (RIGI) sancionado por el Congreso. Pero estos son procesos lentos, que no coinciden con las urgencias oficiales, cuyo horizonte son las elecciones de renovación legislativa de octubre. Para las empresas se mantiene la restricción que les impide cualquier pago al exterior por operaciones previas a este mes, que se cancelarían con otro Bopreal.
Para lograr ese descenso de la cotización, a contramano de lo que todos esperaban, con vaticinios de que llegaría muy pronto al techo de 1.400 pesos por dólar, el gobierno de los Hermanos Milei tomó un camino que ningún predecesor se había atrevido a seguir. El Presidente, el Ministro de Economía y el asesor presidencial Miguel Boggiano (hijo del ex presidente de la Corte Suprema de Justicia menemista) invitaron a bancos, empresas y particulares a volcarse al carry trade (y lo mismo hicieron grandes bancos globales, como JP Morgan).

Para disimular la inmoralidad de que unos pocos privilegiados pudieran ganar 40% en dólares en un año, mientras la economía de las familias se hundía en un abismo, todos los gobiernos ocultaban la bicicleta. La excepción fue Néstor Kirchner, que incluso operó en el mercado de cambios, rebajando la cotización del dólar, para advertir a quienes habían comprado a mayor precio. Pero esto duró poco, por su efecto recesivo. El actual gobierno exalta el carry trade, con orgullo y júbilo. El efecto es que la compra de dólares por parte de esos jugadores, que colocan los pesos recibidos a tasa de interés o fondos locales de inversión, deprime el precio de la divisa. Cuando llegue el inevitable momento del flujo inverso, ocurrirá todo lo contrario y, con esa fuga, advendrá un nuevo golpe inflacionario.
La situación presente ya une lo peor de dos mundos. El agotamiento del ciclo anterior de valorización financiera dejó a la vista que el esquema vigente se había vuelto inviable. Los anuncios sobre un acuerdo inminente con el FMI, que el Presidente adelantó hace un mes y medio al inaugurar el periodo ordinario de sesiones del Congreso, la autorización que se dio a sí mismo por decreto, en vez de someter el acuerdo a la aprobación legislativa, fueron la señal de partida para una aceleración del Índice de Precios al Consumidor, que ya llevaba un par de meses de estancamiento. En febrero trepó al 2,4% y en marzo al 3,7%, consecuencia de los aumentos preventivos dispuestos por una oferta de altísimo grado de concentración en productos esenciales.
Las grandes remarcaciones se producen allí donde la concentración inhibe la competencia. Según un estudio de CEPA:
- Lácteos: Mastellone vende el 67% de la leche fluida. Derivados: Danone (50%) y Sancor (37%) venden nueve de cada diez postres lácteos.
- Cerveza: AB InVeb controla el 72% del mercado, con Quilmes y otras marcas que produce bajo franquicia.
- Coca Cola, el 67%, y Pepsico con el 35%, no dejan lugar para terceros.
- Aceites: Aceitera General Deheza AGD, Molino Cañuelas y Molinos Río de la Plata, se reparten en porciones iguales el 90% del mercado.
- Harinas: Cañuelas, con el 34%, Molinos Río de la Plata con el 22% y Morixe, con el 18% ocupan tres cuartos de la oferta.
- Pastas secas, donde Molinos Río de La Plata concentra el 65%, seguido por Arcor y Unilever que juntas suman el 5%.
- Arroz: Molinos Río de la Plata, con el 25% y Adecoagro, con el 20% se acercan a la mitad de las ventas.
- Artículos de limpieza e higiene: Ayudín vende el 82% de las unidades de lavandina, y Unilever el 61% de las de detergentes. Unilever también vende el 80% de los desodorantes, y Colgate Palmolive, el 80% de las pastas dentales.
La novedad es que para contener la escalada de los precios el gobierno recurre a otro oligopolio, el de los supermercados. Carrefour, Cencosud (que posee Jumbo, Disco y Vea), Coto, ChangoMAS, La Anónima y Casino Libertad acaparan casi el 80% de las ventas en súper e hipermercados, por lo que controlan la oferta y los precios.
En marzo del año pasado, Caputo ya se había reunido con la Asociación que nuclea a los grandes hipermercados nacionales y multinacionales (ASU). Les dijo que importen pero que no vendan más caro que en el exterior. Esto se ha profundizado en el último año, generando un cierre masivo de empresas argentinas, en especial pymes, y culminó ahora con la autorización para importar bienes de capital usados.
La intervención estatal fue más desembozada ahora, por el pánico que siente el gobierno ante los previsibles efectos electorales de una fuerte suba de precios. Con la misma desaprensión por sus propios postulados ideológicos, el topo que se proponía destruir el Estado desde adentro controla el mercado de cambios, los precios de los alimentos y los salarios de los trabajadores. El rechazo de las nuevas listas de precios es atribuido en los puntos de venta a la merma vertical de la demanda, que lleva 15 meses seguidos de caída. A nadie le extrañaría que en una próxima masterclass, Milei dijera que a la cifra del Índice de Precios al Consumidor anual hay que restarle los puntos que obtuvo Ríver Plate en el campeonato de fútbol de 1980, y a la disminución del consumo netearle los de Inter Miami en el primer año de Messi, tal es la claridad y credibilidad de sus peroraciones.
El nuevo acuerdo con el FMI, el rebrote inflacionario, el corrupto lanzamiento del memecoin $Libra, el discurso delirante en Davos, el Oso que Trump le hizo en Mar-A-Lago, donde se fotografió con pechugonas maduras, los insultos reiterados a quienes se niegan a aplaudir cada uno de sus pasos, han impulsado a la baja los índices de aprobación de los Hermanos Milei y de su gobierno. Sin embargo, el índice de confianza en el gobierno de la Universidad Di Tella lo coloca en mejor posición a esta altura del mandato que a sus dos precedentes, Maurizio Macrì y el Doctor Fernández. Y mucho mejor que Trump, cuya zambullida hacia una pileta sin agua es registrada sin piedad.
El índice de aprobación neta de Trump se está desplomando en los primeros tres meses de su gobierno con una profundidad superior a la que padeció durante su primer mandato y a las respectivas de Barack Obama y Joe Biden. Así lo muestra un sondeo conjunto de la encuestadora YouGov y la revista The Economist.

La caída se profundizó a partir del anuncio de los nuevos aranceles, en cuya suspensión posterior incidió Bessent, como representante del preocupado sector financiero.
Reelegido en medio de una ola de pesimismo económico Trump anunció que "los ingresos se dispararán, la inflación desaparecerá por completo, el empleo se recuperará con fuerza y la clase media prosperará como nunca antes". Nada de esto está ocurriendo desde que asumió. A los críticos del Presidente se han sumado sectores empresariales importantes, que no quieren ser arrastrados a la guerra comercial de la que no esperan nada bueno, pese al optimismo maníaco que Trump utiliza para referirse a los frutos que a largo plazo dará su política.
Este regreso al mercantilismo es incompatible con los plazos de la democracia representativa, que cada dos años somete al gobierno al veredicto de las urnas. Tal vez eso explique en parte la tendencia autoritaria de Trump, que parece dispuesto a embestir contra la justicia, los medios y el Congreso, que están en los fundamentos del sistema. Pero Trump recién enfrentará la prueba electoral dentro de dos años, mientras Milei ya está en medio de ese torbellino, con resultados y pronósticos mediocres: su tercer lugar en Santa Fe la semana pasada, la probable derrota frente al peronismo el mes próximo en la Capital. De allí la importancia de las elecciones bonaerenses, donde la unidad del oficialismo parece próxima, por la serie de deserciones que están dejando en soledad a Maurizio Macrì.
Luego de un largo silencio, el Doctor Fernández salió de su reclusión y en una entrevista dijo que era un suicidio pegarle a Kicillof, "como me hicieron a mí". De inmediato, sin darse cuenta de su propia asociación, dijo que el vínculo con Cristina se rompió por la negociación con el FMI. El gobernador bonaerense no tiene diferencias ideológicas con Cristina, sino políticas. Ella planteó hace meses que el desdoblamiento electoral, al municipalizar la contienda, distraería del cuestionamiento a las políticas nacionales de los Hermanos Milei. Cuando Axel desoyó esa opinión y firmó el desdoblamiento, debió pedir auxilio al gobierno nacional, que con todo gusto delegó la tarea del comando electoral en Patio Bullrich.
Cristina pidió que se retirara el proyecto de elecciones simultáneas y concurrentes para no profundizar un debate muy alejado de las necesidades urgentes de la población. Es de desear que, a la recíproca, Kicillof no transforme ahora en otro casus belli el calendario electoral.
La música que escuché mientras escribía
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