1985, agradecimientos y reflexión

Realidad y ficción en torno al fiscal Strassera

 

Escribo esta columna para agradecer. Han sido muchas las felicitaciones que recibí por la nota publicada la semana pasada; sensación que nunca había experimentado antes, al menos en ese nivel. Hubo personas desconocidas, con historias dolientes, que encontraron un remanso en su lectura, ante una perturbadora sensación de impotencia e injusticia histórica.

Esas felicitaciones me hicieron repensar, en conciencia, la idea, árida y ardua, de que no existe una justicia “genérica” o “colectiva” y que no hay tampoco, y en estricto rigor, una definitiva “justicia histórica”. Que es falsa la idea de una especie de “balance moral” donde, respecto de los hechos y las personas, se compensan sumas de activos y pasivos para arrojar un resultado neto.

No. En el orden moral, el bien no anula el mal ni viceversa, y ambos, una vez producidos, son eternos. La primordial, la única y verdadera justicia se construye individualmente, caso por caso, respecto a cada acto y a cada conducta, que merece un juzgamiento puntual, con una absolución o condena también puntual. El perdón de la pena no aniquila el mal cometido ni la culpa incurrida, que han quedado fijados, en la realidad, para siempre.

Quienes sufrieron la dureza del fiscal Strassera, entre 1976 y 1981, enfrentaron en él la cara visible y la pata judicial del aparato represivo; él representó la convalidación institucional de los secuestros y las desapariciones perpetrados por el Estado. Estas personas no pueden —ni nunca podrán— aceptar la idea del “fiscal de la democracia”, ni entronizarlo como un “héroe nacional”. Los fiscales del nazismo no fueron —y nunca podrían haber sido— los fiscales de Nürnberg.

 

 

Dios escribe recto con renglones torcidos

El tradicional dicho del subtítulo, proveniente de la sabiduría católica, es quizás el que mejor sintetiza la paradoja que, históricamente, representa Strassera.

No somos justos si nos negamos a ver que fue el renglón torcido con el que Dios o la Providencia hicieron algo de justicia. Fue quien, de ser cara institucional del horror, saltó al papel de defensor de las víctimas. La metamorfosis habla de su naturaleza acomodaticia —nada novedosa en nuestro Poder Judicial— que, en este caso, resultó útil para llevar adelante el Juicio a las Juntas. Quien sirve bien a un amo puede cambiarlo y servir a otro, y los amos son perspicaces en la observación de tales disposiciones en la naturaleza de los hombres.

Pero ni esa transmutación por conveniencia o incluso, más benignamente, por redención personal (lo que fuera), ni una diferida justicia humana borran lo irreparable de las vidas perdidas en el momento puntual de la historia (anterior al Juicio a las Juntas) en que ello ocurrió. Los muertos no vuelven ni por un poético alegato, ni por una impresionante condena, ni por una gran película.

La verdad sobre la persona de Strassera es la que explica su paradójico destino histórico, que lo supera. Fue nombrado fiscal por la dictadura. Debía su empleo judicial a Videla, a Massera y a Agosti. No caben dudas tampoco de que era ambicioso. El testimonio de Curutchet se legitima —además de por otras fuentes que lo confirman— porque, siendo él un nacionalista de derecha, le sorprendieron —hasta mirarlo mal— la eficacia y consustanciación con la que el fiscal cumplía las órdenes del Poder Ejecutivo, contradecía al juzgado, no investigaba los hábeas corpus y consolidaba así, judicialmente, el accionar del aparato represivo. Su posterior fervor democrático respondió, en definitiva, al mismo patrón de conducta.

Que fue un eficientísimo fiscal lo atestigua el premio que recibió de sus jefes; su ascenso a juez de sentencia en 1981 por decreto del Proceso de Reorganización Nacional. Había hecho muy bien su trabajo.

 

 

 

Algunas escenas que muestran y disimulan lo sucedido en 1985

La llegada de un gobierno constitucional nunca es un hecho más en el seno del Poder Judicial. Constituye un cambio de época, con proyección sombría sobre aquellos jueces y fiscales designados durante el gobierno de facto.

Lo sucedido, en ese aspecto, en el año 1983, ha quedado reflejado en dos casos señeros de la jurisprudencia de la Corte Suprema, “Fernando Miguel Bosch” (Fallos, 304:134) y “Félix Dufourq” (Fallos, 306:174), cuya lectura atestigua ese intenso drama ad intra de los tribunales. Conforme el criterio que sentó la Corte en esos precedentes, a partir de 1983, con el restablecimiento de la Constitución, incluso los jueces designados antes del golpe de marzo de 1976, si fueron ratificados “en comisión”, perdían la inamovilidad constitucional en su cargo y su remoción se producía con el nombramiento por el Presidente, previo acuerdo del Senado, de un nuevo juez para esa función.

La situación de Strassera no era distinta a la de los jueces de los casos “Bosch” y “Dufourq”. Su salida como funcionario judicial dependía nada más que de un plumazo presidencial. Strassera era, por demás, un preclaro fiscal y luego juez del Proceso.

Las escenas de la película, maravillosamente logradas, del operador judicial Bruzzo que visita al fiscal, como la fascinante y estremecedora escena del encuentro secreto de Strassera con el Presidente Alfonsín ilustran ese drama, que es el de la debilidad objetiva del protagonista, de cara a su pasado inmediato y al incierto futuro. ¿Vale repetir aquí que los fiscales no deben reunirse con los Presidentes, ni con los jueces; menos aún en secreto; y que deben evitar a los operadores judiciales?

Esas escenas, en las se siente vivo el aleteo de la historia, contienen, aunque no lo expresen, el dilema vital que padeció Strassera en esos años: la permanencia en sus funciones, el blanqueo de su pasado reciente, la necesidad de clarificar un futuro que se presentaba objetivamente incierto. Un futuro que, visto 40 años después, si no se hubiera dado su continuidad como magistrado democrático, en el rol estelar que cumplió, quizás lo hubiera colocado, al final, en el banquillo de los acusados y no en el banco del acusador por el que pasará a la historia o a un capítulo de ella.

Sí. Pienso que Strassera no solo no rehuía —como sugiere la película— los encuentros con el siniestro Bruzzo —nombre de sonoridad sugestiva para los tribunales penales federales—, sino que los buscaba activamente o los esperaba con ansias; aunque le cayera mal.

Menos verosímil es la escena naif del fiscal con su esposa, donde concluyen que su encuentro secreto con Alfonsín fue ejemplar, encarnando en los hechos el principio constitucional de separación de poderes. Si ese era un objetivo de gobierno, Alfonsín jamás hubiera convocado a Strassera. No, no creo que Alfonsín invitara al fiscal, secretamente, a disfrutar de una comida que, con esmero y exquisitez, había preparado María Lorenza Barreneche para agasajarlo y charlar de bueyes perdidos. Estamos ya un poco viejos para esos cuentos.

Con todas esas calificaciones que deben tenerse presente y quizás también por cada una ellas, vuelvo a decir que, en mi opinión, Argentina, 1985 es una excelente película.

 

 

 

 

 

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